jueves, septiembre 20, 2007

Voyage, voyage...Quinto día. Lo modelno, lo medieval y tributo a Los Miserables.

El quinto día amaneció lluvioso, pero no por eso nos arredramos. Cogimos el metro y nos fuimos a ver La Défense. Llegamos a las ocho y media de la mañana, y al ser festivo, no había movimiento de ejecutivos y secretarias por allí, sólo algunos turistas madrugadores como nosotros y los sempiternos militares que rondan por los monumentos de París (al parecer, es el temor a ataques terroristas lo que hace que los militares vigilen por allí metralleta en ristre). Bueno...qué puedo contar de La Défense. Es curiosa, y aunque el arte contemporáneo no es muy santo de mi devoción, había cositas que me gustaron, como las escultuas con luces en el estanque, o las de Miró, que le dan colorido al conjunto grisáceo. Y por supuesto, La Grande Arche, más conocido como el Arco de la Defensa. Como notita curiosa, hay que mencionar que en el vano del Arco cabe cómodamente la Catedral de Notre Dame, es grande de narices, el cubo...digo, el Arco. Ahí van unas fotillos de la zona:




Cuando subimos al Arco de la Defensa, lo que yo me preguntaba era que qué habría más allá. Grego también sentía curiosidad. ¿Empezarían las chumberas detrás de La Grande Arche? Corrimos hacia allí... y, nada, París seguía y seguía interminablemente. Nos quedamos con las ganas de llevarle a Paco un cubo de higos chumbos de París.
Después de esto, nos fuimos oootra vez en metro a ver lo que Grego llamaba "La casa del Bicho". Que era, ni más ni menos que el Palais Royal, antaño el chozo donde se cobijaba Armand-Jean Du Plessis no sé qué más, más conocido como cardenal Richelieu, el Bicho para Grego, que le tiene un cariño especial. Muy cuco, aunque no me gustan nada esas columnas de rayitas que le tienen puestas, no le van mucho. Lo más chulo era el parque que tenía, donde vimos a un señor sentado en una silla que, mientras escribía, se metía la otra mano en el bolsillo de la chaqueta y se sacaba miguitas. Los gorriatos se le posaban en la mano para comer, se ve que el señor es viejo amigo suyo. Anda, unas fotillos del Palais Royal, por ser buenos y aguantarme tanto tostón:



No pongo más, que si no, no me van ustedes a París. Y hay que ir, oiga, que ya dije que París, en estos tiempos poco clericales, bien vale una Visa.

Y esta bonita foto, de una entrada de metro, vean qué maja es, parece un cacharrito de la feria:


Y ahora, nos trasladamos aún más atrás en el tiempo, hasta la Edad Media, o Moyen Age, como le dicen allí. Esto fue un descubrimiento nuestro, en pleno Barrio Latino, husmeando por los alrededores de la Sorbona, el Museo de la Edad Media y las Termas de Cluny. Qué bonito. Había una exposición llamada "Los tesoros de la Peste Negra", que eran joyas de la época, muy bonito. Es un museo no muy grande. Antes de entrar, hay que pasar por unos jardincitos pequeños de tipo medieval, cada uno con diferentes plantas alusivas al tema del jardincín: uno se llama "El jardín del amor", otro, "el bosque del Unicornio"... muy bonito y recoleto. La verdad es que el Museo era bonito por fuera y por dentro, e incluía también unas termas galorromanas del s. III. Lamentablemente, fue imposible hacer fotos de los maravillosos tapices de La Dama y el Unicornio, debido a la semipenumbra en la que están expuestos y al cancerbero que impedía tirar con flash. Mejor se meten en la página web del museo para verlos. Pondré aquí un Slide con algunas cosillas:







Ni que decir tiene que salimos encantados de allí, fue como un viaje en el tiempo, además, había muchísimas cosas de la vida cotidiana, como zapatos, naipes y unos artilugios de aspecto amenazador que resultaron ser moldes de gofres. De allí, nos fuimos a trastear por el barrio Latino, el Panteón, la iglesia de Sainte Geneviève, que estaba cerrada. Por cierto, nos comimos un pedazo de entrecot a la brasa con una rica guarnición de judías verdes (de lata, menos mal, odio las judías verdes frescas y congeladas) y unas patatitas con salsa bearnesa por la módica cantidad de 14 eurines por cabeza, lo cual no estaba nada mal, habida cuenta de que el filete se salía casi del plato, y con el placer añadido de comer en un bistrot del Barrio Latino, en la calle pero resguardados de la lluvia y muy bien atendidos y servidos por una camarera encantadora.


Andandito, andandito, llegamos a uno de los lugares que más ganas tenía de visitar: los jardines del Luxemburgo. Desde que leí los Miserables, me prometí a pí pispa que si alguna vez iba a París, iría a ver el lugar donde empezó la historia de amor de Cosette y Marius. Y, por supuesto, no me defraudaron en absoluto, aunque los imaginaba gigantescos, tienen un tamaño muy bueno para pasear por ellos, o para sentarse, como su humilde servidora, en la Fuente Mèdicis a practicar el deporte nacional francés, mirar el agua:


Y aquí otra foto de los jardines del Luxemburgo, que los tengo muy mal acostumbrados y no me van a querer ir allá:

Como empezó a llover, nos guarecimos bajo el paraguas y nos fuimos andando hasta el centro Pompidou, que salía en todos mis libros de francés y tenía curiosidad por verlo. Pero no me gustó mucho, y a Grego, nada, lo que corroboró su comentario al verlo en una foto de la guía de París antes de ir (dijo:"¿Qué es esto tan horroroso?"). Había una especie de performance llamada La Batalla de Pinocho en Beaubourg o algo así, tan horrible que no voy a poner fotos, a lo mejor quien quiera verlo puede encontrarlo en Youtube, pero como me pareció una tomadura de pelo, sólo lo mencionaré de pasada. Sí pondré fotos del exterior y de las fuentecitas, que son graciosas:


Después de entrar y dejarnos los dineros en el Pompidou, que debe de albergar una de las tiendas más caras de Francia, buscamos la iglesia de San Eustaquio y la estatua de Henry Miller, que o bien parece un dormilón, o bien, dicen, está escuchando el latido del corazón de París. Ambas cosas las entrevimos el día que llegamos por la noche y aprovechamos para echarles unas fotos a plena luz del día, que ya nos quedaba muy poco tiempo:

Para entonces, ya tenía tres ampollas, tres, en el pie derecho y me tuve que gastar mis buenos dineros en una cajita de Compeed en una farmacia, si es que quería seguir andando. Ya saben, si van a París y quieren patearse la ciudad, antes de nada, inviertan en tiritas de las buenas, véndense los pies cual momias, y ¡hala!, a andar.

Y con este último consejo sobre salud y podología, fin del quinto día. (Penoso pareado).

martes, septiembre 11, 2007

Voyage, voyage... Cuarto día. Gárgolas, museos y crêpes

El cuarto día nos fuimos raudos y veloces a Notre Dame para no tener que hacer cola y subir a departir con las gárgolas. Llegamos a las nueve, y como hasta las diez no abrían, sólo había una familia delante de nosotros en la cola. Nos sentamos a esperar y a ver cómo en el café de enfrente una señora hacía crêpes como aquí hacen los churros. Por cierto que en la cola nos percatamos de que calle arriba, calle abajo paseaban las dos únicas gitanas que vimos en París. Curiosamente, una de ellas tenía los ojos verdes. A punto estuve de preguntarle si se llamaba Esmeralda. Era muy sospechosooooo...una gitana de ojos verdes pululando por Notre Dame...
Bien, he aquí unas fotos de arriba:





De ahí nos fuimos al Museo d´Orsay. Cuando salimos del metro descubrimos asombrados que nuestro querido adivino Rappel es persona non grata en París, vean, vean, si no:

Cuando llegamos al museo había una larguísima cola en zig zag, y Grego y yo nos pusimos al final, claro está, aunque no por mucho tiempo, jejeje. Grego me dijo que fuera a preguntarle al pollo de la puerta que si tenía que pagar entrada con mi carnet de discapacitada. Yo protesté porque era la entrada de grupos, la entrada de visitantes individuales estaba en la otra punta, pero tras un breve forcejeo verbal, fui hacia el portero mientras mascullaba entre dientes el discursito que iba preparando en francés. El caso es que el señor, muy amable, tras comprender que yo era discapacitada y española (a pesar de la desconocida banderita de Extremadura que ostenta el carnet), me quería hacer pasar inmediatamente por la entrada de grupos, pero le dije que esperase un segundín y fui a rescatar a Grego de la cola. Entramos felices y contentos gracias a mi mágica llave que nos ahorró tiempo y dinero.

El Museo d´Orsay era una antigua estación de tren reconvertida en un maravilloso museo con una luz muy especial. Es de reconocer el partido que le han sacado al edificio, tiene hasta una enorme sala de baile de lo más rococosa, pero muy bonita. Lo primero que llama la atención es el enorme reloj dorado. Luego vas por las salas diciendo "¡oh!" y "¡ah!" ante la cantidad de pinturas famosas. Por cierto, hay una representación de Gaudí y esculturas de Camille Claudel, que me hicieron mucha ilusión. Y no recordaba hasta que me lo encontré que estaba ahí el famoso "Origen del mundo" de Courbet. Habrá quien se escandalice, pero a nosotros nos pareció un cuadro muy bonito, aunque muy osado para la época. Creo que se impone otro Slide (seré breve):



Bueno, en el museo estuvimos hasta por la tarde. Comimos allí en lo que los franceses llaman una "mezzanine",o lo que es lo mismo, una especie de entreplanta que puede estar en cualquier piso y que ellos aprovechan para autoservicio. Me hubiera gustado comer en el restaurante rococó del museo, pero era algo carillo (tampoco mucho) y lo que es peor, mientras a mí me gustaba todo lo del menú, a Grego no le iba a gustar nada, había demasiado pescadito , así que optamos por los sandwiches de pollo tandoori de la mezzanine dichosa.


Es uno de los museos más bonitos que he visto, tanto por su continente como por su contenido, pero me niego a establecer comparaciones con el Louvre. Son dos museos diferentes, el Louvre es heterogéneo, hay de todo, y el Orsay es monotemático, por así decirlo, sólo se ciñe a una determinada época.


Después del museo..¿qué hicimos? Se me ha ido el santo al cielo.Ah, sí, como ya habían hecho acto de aparición las burbujas en mi pie derecho (se ve que cargo más peso en un pie que en otro, es decir, ando de lado como un pato), nos fuimos al hotel, nos duchamos y nos echamos una siestuca. Luego sobre las siete o así, nos compramos unos crêpes. Yo me lo pedí de plátano y Grego, el muy goloseras, de Nutella. Claro, no pudo acabarlo, era demasiado. Y es que los crêpes, aunque son exactos a los que yo hago, son enooormes, no mis menudencias tamaño sartén chiquita. Luego Grego propuso que fuéramos a hacerle más fotos a la Torre Eiffel de noche. Aunque estaba con los pies destrozaos, no le puedo negar nada a mi pequeño gran hombre, y allá que nos fuimos, y menos mal, porque nos despachamos a gusto (esta vez no subimos) haciendo fotillos a las lucecitas que titilaban. Llegamos justo a tiempo. He aquí una pequeña muestra:



Ésta última foto está tomada desde el Trocadèro.

Y con esto, fin del cuarto día.

Una buena noticia

Ya sé, ya sé que debería seguir con el cuarto día de París, pero la noticia merece la pena: ¡Voy a ser tía! Mi cuñada Matilde, la mujer de mi hermano Juan, está embarazada. ¡Qué alegría! Tengo ya dos sobrinitos preciosos, los hijos de mi cuñada Emi, la hermana de Grego, y además, el pequeño es nuestro ahijado, pero éste es el primer sobrinillo que me viene de un hermano y estoy encantada de la vida de que haya en la familia un Juanito nuevo o una Matildina nueva. Pero más encantados están mis padres, que por fin, van a ser abuelis, ¡con las ganas que tenían! (Lo mejor de todo fue la reacción de mi hermana Claudia, palabras textuales: "¡No me digáis que voy a ser tía que me meo!").

miércoles, septiembre 05, 2007

Voyage, voyage. Tercer día. La gran paliza.

El tercer día tampoco tuvo desperdicio, aunque no empezamos con buen pie. No sabíamos que en París los museos no cierran el mismo día, así que nos fuimos al museo d´Orsay y nos lo encontramos cerrado a cal y canto. Pero no nos amilanamos, como estábamos cerca, pusimos camino a Los Inválidos. La cúpula había subyugado a Grego desde el primer día, y subiéramos donde subiéramos, él la buscaba incansablemente. Camino a Los Inválidos, nos llamó la atención que los bomberos estuvieran jugando al rugby en el césped; imaginamos que lo hacían como entrenamiento, pero bueno, era agradable ver a fornidos mozos en pantaloncillos cortos correteando cual chicuelos en pos de un balón apepinado. En los Inválidos aún no habían abierto, y nos paseamos entre los cañones que había alrededor del patio de armas, leyendo sus nombres y sus historias. A mí me gustó éste, que parece más un mortero que otra cosa. Luego abrieron la iglesia, y después de bichear y pasear arriba y abajo, nos sentamos a esperar que pudiéramos entrar a ver la tumba del pequeño gran hombre, en cristiano, Napoleón. Media hora más tarde de la hora de apertura, el sacristán seguía pasando el plumero por las columnas de la tumba, así que nos cansamos de esperar y, decidiendo que éramos españoles y ningún emperadorzuelo francés nos iba a tener esperando, ni aun después de muerto, nos fuimos en pos de nuevas aventuras.

Nos vamos a Notre Dame. No es que me decepcionara exactamente, pero me la imaginaba más grandota. Aun así, es una catedral muy bonita, tiene cositas muy aparentes y una historia muy interesante: allí se celebró la curiosa boda de la reina Margot y Enrique de Navarra y también se autocoronó Napoleón. La entrada es gratuita, sólo hay que pagar si quieres subir a departir un rato con las gárgolas. Pero la cola para subir era inmensa, así que decidimos dejarlo para el día siguiente, y propuse ir a ver la Santa Capilla. La Santa Capilla es muy curiosa; se construyó por 40.000 monedillas del medievo para albergar la corona de espinas (presunta, en la Edad Media había un estraperlo de reliquias impresionante, y casi todas estaban adulteradas), que costó 130.000 cucas medievales. Para entrar hay que pasar por un control policial, ya que el edificio está dentro del Palacio de Justicia. Es chiquitita, pero maravillosa. Tiene dos pisos, el de abajo, dedicado a la Virgen y el de arriba, que es donde se encuentran las vidrieras. Lástima que hubiera un andamio en el ábside; pero pudimos ver a gusto las vidrieras, su fastuoso colorido y la exquisita decoración a la francesa, es decir, azul y flores de lis doradas. Ahí van unas fotos:
De allí, cogimos el metro y nos fuimos a Montmarte.Cuidado con la estación de Abesses, tiene unas escaleras de caracol tremendas (uf), aunque uno puede ir disfrutando de las pintadas de las paredes, son muy cucas, de paisajitos y cosillas así. Ya era la una de la tarde y decidimos comer en una terracita, antes de que todo el mundo se pusiera a comer, aunque ya estaban los bistrots bastante llenos. Nuestro bistrot era italiano y se llamaba Bella Italia. Los camareros eran franceses e hindúes, pero las pizzas estaban de vicio, y no fue caro. Lo bueno que tiene comer en París es que los restaurantes tienen la obligación de poner en la entrada los precios, entonces uno puede decidir dónde le conviene comer y la sombra de la bandurria en el metro deja de planear sobre nuestros bolsillos. Por cierto, los camareros de París, sin excepción, son encantadores, simpáticos y siempre te preguntan si va todo bien, aunque hay que ser rápido al pedir, siempre van volados.

Para bajar las pizzas, nos encaminamos al Sacré Coeur. Vimos un funicular, pero no le hicimos demasiado caso y subimos por las escaleras (uf). Arriba, había que subir más escaleras para entrar en la basílica (uf). La entrada es gratuita, pero no se pueden hacer fotos. Pero yo, que soy algo desobediente, robé una del mosaico del ábside, que es de influencia bizantina aunque se le ve el pajeo moderno. Es uno de los más grandes del mundo y es mono, mirad:
Y aquí va un Slide con fotos de cuando subimos arriba del Sacré Coeur (cuando subes, pagas). Muchas escaleras (uf) de caracol, estrechas y de techo bajo. Grego a veces se veía obligado a subirlas como un homínido, porque no tuvieron en cuenta a los hombres altos y guapos cuando construyeron la basílica.







Tengo que confesar que subiendo por las escaleras me dio un semiataque de claustrofobia, al ver que no se acababan nunca y no podía ver por dónde iba. Además, eran tan estrechas y bajitas, que deleité al resto de los turistas canturreando "Mediterráneo" de Serrat para espantar esa pequeña angustia. Fue lo primero que se me vino a la cabeza.

Una vez bajamos, nos dimos cuenta de que con nuestro billete de metro podíamos usar el funicular (grrrr...); al menos, bajamos cómodamente sentados, ya que subir, no subimos muy cómodos. Callejeando por Montmartre, vimos una tienda muy cuca llamada Les Pylones, donde vendían cantidad de chuminadas de colorines, tales como paraguas en forma de muñecas, tostadoras de colores, era todo muy bonito, pero muy caro. Allí me agencié un boli muy chiripitifláutico y un paraguas en forma de gitana para mi madre y otro para mi cuñada.

Volvimos al metro y, ¡oh!, en la estación de Concorde vimos las primeras escaleras mecánicas de París, que, además, funcionaban. Llegamos a la Plaza de la Bastilla. Nos sentamos en la Ópera un rato a ver qué hacíamos. Aviso: no queda nada de la antigua fortaleza de la Bastillas, aquello es una plaza modernilla. Si quieren ver algo, bajen a la estación de metro de Bastille y ahí queda algo de un muro, pero algo ridiculín que casi pasa desapercibido.Como andábamos cerca, fuimos a la Plaza de los Vosgos. Oye, qué bonita. Por cierto, por el camino nos bebimos la primera Piticola a precio españó, en un bar de chinos.

La Plaza de los Vosgos, decía. Me encantó. Estuvimos allí como una hora relajándonos a la sombra de los árboles en el parque y deleitándonos con la vista de los palacetes, que allí llaman Hôtels. En esta placita tan mona nació nuestro buen amigo Richelieu y vivió Victor Hugo, cuya casa se puede visitar. Antiguamente, en los palacetes que rodean el parque vivía la corte de Enrique IV, creo, no me hagan demasiado caso. Ahora alrededor de la plaza hay un montón de galerías de arte y cafés no demasiado caros. Es un sitio un poco zen, porque cuando salimos de allí, íbamos más relajaditos. He aquí algunas fotillos:

Curiosamente, mientras descansábamos, oíamos cantar ópera por ahí, pero cuando salimos de la plaza, nos dimos cuenta de que era un contratenor, es decir, un hombre que lo mismo canta como soprano que como tenor. Estaba de pie bajo uno de los arcos de salida, con un sombrero de payaso y la mirada perdida (creo que no rilaba muy bien), pero cantaba como Farinelli, impresionante. No son muy frecuentes los contratenores, en España sólo hay uno, así que haber visto a uno en vivo me parece lo suficientemente curioso como para señalarlo.
Después nos fuimos a visitar el pijerío, la Place Vendôme, donde están todas las joyerías pijas y el hotel Ritz. Es una placita muy bonita y tranquila, y los escaparates son de alivio; en Dior tenían un broche de diamantes y esmeraldas en forma de manojo de zanahorias divino. En esta foto miraba a Grego buscando su complicidad para hacerme con el collar del escaparate, que era de oro tejido, como una tela. Sólo que más tarde me di cuenta del inmenso negrón que custodiaba la puerta y desistí de mis malicias.
De allí nos fuimos al Faubourg Saint Honoré, a ver tiendas pijas. Qué decepción, yo me imaginaba una elegante avenida, pero la calle no es más grande ni más ancha que Marquesa de Pinares, por ejemplo. Y encima, las tiendas te ponen en los escaparates lo más perrucio que tienen. Lanvin tenía un espantoso maniquí con un vestido negro lleno de los pelos que se le caían a la muñeca, con un tejido malísimo, digno de cualquier mercaíllo. Decepción. Ah, y también está allí la flamante residencia de Sarkozy, el palacio del Elíseo, pero es cutre tener un palacio en esa calle, no sé, no me gustó mucho. De todos modos, como no íbamos a mercarnos nada de alta costura, pasamos.

De ahí nos dirigimos a la Opéra Garnier, donde cenamos. ¿A qúe suena bien? Pues sí, cenamos en la Opéra. Pero no en la misma Opéra ni en el café de la Paix, nooo, somos turistas pobretes, oiga, cenamos en las escalinatas de la ópera unos suculentos y módicos bocatas que compramos en una bocatería frente a la ópera. Y con esto y un bizcocho, nos fuimos al hotel, que ya era hora. Para postre, una foto de la Opéra y una escena costumbrista de los empleados del Grand Hotel fumando en la calle. Fin del tercer día.