jueves, julio 09, 2015

DESGRACIAS COTIDIANAS (IV).



DE BODA.
Aunque llevo una vida modesta como profesora de swahili, la realidad es que pertenezco a la Casa Imperial de Montealto, y por ello, a veces tengo que cumplir con mis obligaciones con el Gotha europeo. No me gusta mucho, pero noblesse oblige, y este fin de semana tuvimos que ir de boda. A MacGregor no le gusta nada codearse con la aristocracia, porque se tiene que poner zapatos finos y porque siempre lo confunden con un miembro de los Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg. Y él lleva su sangre roja muy a gala. (Y yo hago como si la tuviera. Nadie de mi Casa sabe que voto a partidos bolivarianos).
Me voy por las ramas. El primer problema fue qué ponerme. Tengo tres vestidos, pero uno lo descarté por ser de manga larga; otro, por ser de media manga, y al final me quedé con un monísimo modelo de cóctel más apropiado para los calores, pero que me hace parecer una morcilla patatera, así que cada vez que me lo embuto, tengo que tirar de faja, para gran pesar mío. También me puse unos zapatos de tacón de aguja de diez centímetros. Soy una suicida.
El primer escollo fue al llegar. Conseguí salir con relativa gracia del coche (es decir, sin enseñar nada), pero esa moda de celebrar bodas campestres me mata: el camino hacia la ermita donde los novios tuvieron el capricho de casarse era un pedregal. Tuve que agarrarme a MacGregor como una lapa. La gente pensó que llegaba a la boda más alegre de la cuenta y me miraban con desaprobación.
Sudé mucho y pasé mucha sed. Hasta que no empezó el catering no pude beberme una ansiada piticola, aunque para eso tuve que corretear detrás de los camareros para arrancarles una de las bandejas, porque pasaban de largo. Ya dije que tengo el don de la invisibilidad. Bebí muchos refrescos, porque el menú era demasiado pitiminoso para mi basto paladar. A mí lo que me gusta es la patatera y el queso duro con molletes de Antequera, no alegorías del atardecer laminado, engalanado con esencias de lágrimas rojas de primavera o deconstrucción de pájaro carpintero tallando su nido en el bambú con soufflé de pommes au ron, que es lo que come la alta aristocracia. Vamos, que me alimenté de líquido.
Y mi vejiga se resintió. Salí echando leches y perdiendo un tacón en busca del servicio, que estaba en la otra punta del campo. Era de esos portátiles de plástico (la gente fina no mea, parece), y nada más entrar tuve la sensación de entrar en Finlandia, más concretamente, en una sauna. Mordí el asa del bolso y me agaché mientras procedía haciendo malabarismos para no tocar nada bacteriano. Desgraciadamente, había olvidado la faja de mis desdichas; nada más tocarla, se hizo un rollo y desapareció tobillos abajo.

Cuando volví a recomponerme, tiré de la cosa de mis tobillos hacia arriba...y nada. La silicona de la cinturilla se había pegado y no hubo poder humano ni divino que retornase a su estado primigenio al maldito instrumento de tortura. No me quedaba otra que prescindir de ella. Pasé el resto de la boda haciendo apnea para encoger la panza y escondiéndome en cuanto veía una cámara de fotos para no salir en el ¡HOLA! marcando morcillitas. Lo que se come, se cría. Castigo de Zeus.
P.D. El zapato perdido lo di por ídem. Ernesto de Hannover, que iba ya por el vigésimo noveno gin tonic y que ya no veía nada, lo encontró en un escalón, y pensando que era un copazo de diseño, lo usó para trasegarse el trigésimo.

DESGRACIAS COTIDIANAS (III)

DE COMPRAS.
Hoy he ido de compras. Es lo que tiene el caloret, que la ropa ya no oculta los defectos; por eso, para mí es un suplicio ir a comprar ropa de verano. Tengo un cuerpo que es una alegría (por los c*j*n*s); dentro de los estándares corpóreos que hicieron hace unos años para unificar las tallas, el mío no estaba. Primero pensé que en realidad era un fantasma, y que nadie me lo había dicho para que no me pusiera triste. Luego me pellizqué y descubrí que estaba viva, así que deduje que si mi cuerpo no entraba en lo de pera, manzana y no sé cuál mierdas era el otro estereotipo corpóreo femenil, era que yo había creado un nuevo cuerpo y me creí Frankenstein; pero luego me acordé de que a mí las ciencias se me daban muy mal y que lo único que había logrado trasplantar en toda mi vida fue un recambio de boli. Así que acabé por aceptar que mi cuerpo es un botijo. Aunque no me consuela nada. Un año adelgacé y decidí comprarme un bikini para celebrarlo. Craso error: si quería que la parte de abajo me quedara bien, la parte de arriba me quedaba como si tuviera una inflamación de amígdalas. Acabé por llevarme un entrañable traje de baño de pantaloncito corto, rayas (soy una loca de las rayas) y calabacitas a la cintura.
Otro año adelgacé y me quedé sin culo y sin autoestima, el sueño de mi vida es tener un culo beyoncero y aquel año lo perdí por completo, así que ya no volví a adelgazar nunca más.

Pero decía que hoy he estado de compras,y me he probado media tienda. Primero me probé camisetas de manga corta. Un horror: Me marcan hasta el píloro. Luego pasé a las camisas. Otro horror: los botones pugnan por saltar desperdigados hacia todos los confines de la tierra. Bueno, pues un vestido. Estrecho de arriba y bailón de falda. Sudé a mares mientras intentaba quitármelo en el probador, doblada por la mitad e intentando sacármelo por la cabeza, porque se me encasquetó en el pecho y no salía. Qué claustrofobia más mala pasé. Luego vi unas camisas ideales, pero eran de manga larga. ¿A quién se le ocurre comprar camisas de manga larga para el veranazo extremeño? Si me hubieran dado en el concurso de traslados el instituto de Oslo que pedí, tal vez, pero ¿en Mérida? ¿en serio? 
En fin, que hábitos franciscanos de algodón fresquito no vendían en ninguna tienda, pero no se vayan a pensar que no compré. Síiiiii, compré, compré. Un pintauñas ideal y un juego de ordenador.

DESGRACIAS COTIDIANAS (II)

LA SEDUCCIÓN, ESE ARCANO IGNOTO E INEFABLE.
No se piensen que vengo aquí a hablar de mis artes para seducir. Si hubiera ido a una academia de seductores me hubieran expulsado nada más verme: no sé seducir. Ustedes se preguntarán cómo demonios me he casado. Pues yo tampoco sé muy bien qué pasó. Me tiraba las noches de botellón hablando con el hombre de mis sueños de religión, política y pesca, y encima éramos de opiniones encontradas. Hasta que un día me harté de tanta tertulia y le pedí rollo. Curiosamente, aceptó. En fin, que han pasado dieciséis años y me sigo preguntando por qué me dijo que sí.Y eso me lleva a reflexionar sobre el oscuro arte de seducir, porque servidora no tiene ni idea de cómo se hace. Verán, yo lo achaco un poco a que, como buena sorda, soy muy literal, y las conversaciones sinuosas, siblinas y soterradas no las entiendo; y como leo mucho, sé que las conversaciones seductoras tienen más mensajes subliminales que una maratón de anuncios. Pero yo me lío en una conversación profunda y al final acabo defendiendo el punto de vista contrario al que tenía cuando empecé. Por eso no valgo para dedicarme a la política, soy demasiado directa. Imagínense que llego a la presidencia del Gobierno (no lo quiera Zeus): les aseguro que con mi escasa mano izquierda y mi poco tacto, todos los españoles acabarían por venerar a Rajoy y por sustituir los carteles del Che Guevara por los de nuestro presidente de la barba vellida, cual héroe épico salido de la pluma de Homero. Sería una presidenta malísima, bocazas y metepatas; llevaría a España a un montón de conflictos diplomáticos y puede que hasta a una guerra. No tengo tacto ninguno, por eso prefiero ir calladita por la vida, para no liarla demasiado, que me conozco.

Pero esto venía a colación de mis escasas artes de hechicera de mirada lánguida y curvas de Cerro Muriano. Y mira que puse empeño. Pero nada. Me ponía yo matadora un sábado cualquiera, con el ojo pintado y brujo y la mejor ropa de mi hermana...y el objeto de mis sueños no daba señales de vida. Iba un viernes a La Tahona despelujada, con ojeras y sin pintar ...y allí estaba él, rutilante como una estrella en medio de la multitud. Y yo hecha una perroflauta.
En fin, que me voy a morir sin haber traspasado ese tupido velo. No es que ya me importe mucho, pero es que mi curiosidad es inmensa y siempre me va a quedar ese prurito.Hasta otra.

DESGRACIAS COTIDIANAS (I)

LA FOTO DEL DNI.
Hace dos sábados, me peiné y me atusé bien con la plancha ese pelo levantisco que me amanece a diario y fui a hacerme la foto para el DNI. Llegué tan temprano que abrí la puerta del estudio antes de que llegara el fotógrafo. 
- Quiero hacerme fotos para el carnet de identidad - pedí mientras caía en la cuenta de que se me había olvidado pasar por chapa y pintura.
Me hizo pasar muy amablemente a un cuartito blanco con un bonito paraguas y una silla Luis XVI y me indicó que me pusiera tras ella y me apoyara en el respaldo. Yo saqué mi mejor cara, es decir, ojos de pescadilla y sonrisa más falsa que la de Iscariote dando besitos. Y tensa. Porque cuando me apuntan con un objetivo, me pongo muy nerviosa, estoy convencida de que las fotos me roban el alma. Y la memoria, que cada vez tengo menos y el año pasado olvidé mi aniversario de boda.
- Ayyyyy - me dijo el fotógrafo -, me acabo de acordar, tienes que quitarte el flequillo.

- ¡Ah, nononononono, de eso nada, llevo flequillo desde mi mayoría de edad y tengo ya cuarenta y cuatro años! Y además, sin él estoy muy fea.
- Es que no te van a admitir la foto, tiene que ser con la cara despejada. Ahí tienes un espejo, arréglate el flequillo y échatelo hacia atrás.
Maldije al ministro del Interior y a todas sus pompas y obras; me aparté como pude mi marquesina y volví a ponerme tras el trono del rey francés.
El pobre fotógrafo me hizo como quince fotografías. Como tengo superpoderes (tengo dos: el don de la profecía, vaticino certeramente cuántos de mis jóvenes padawan van a suspender la evaluación, y el de leer los pensamientos ajenos), vi claramente en la mente del buen señor la siguiente frase: "No hay modo; a ver cómo consigo que no parezca demasiado un sapo con gafas". Yo agradecí el empeño y el buen hacer de este hombre; hacía que mirase hacia la izquierda, hacia arriba, ahora un poco hacia tu derecha, baja un poco la barbilla, mira al objetivo, no aprietes la boca, no frunzas el ceño, no hagas como Marujita Díaz con los ojos...Pero es que me pongo muy tensa. Al final eligió una después de agotar la memoria de la tarjeta (36 teras).
-¿Quieres una foto de cartera para tu marido?
-¡Ni mijita! ¿Para qué quiere mi marido la foto de un sapo?

Epílogo: dos días después fui a comisaría, temblando como una hoja, porque temía no salir de allí; me daba miedo de que al ver mi foto, saltasen las alertas de alguna criminala muy buscada, pero la señora de la oficina no hizo el menor comentario, así que me fui muy aliviada para casa, con un DNI electrónico y la condena de aguantar la foto de un sapo durante diez años.

(Nota: sé que alguno de ustedes querrán ver la famosa foto, pero va a ser que no. Les pongo una muy parecida que he encontrado por internet).