lunes, febrero 16, 2009

Día de San Valen

Mi día de San Valen comenzó el día 13 por la noche, concretamente a eso de las diez y media largas cuando Mr. G. me recogió en la puerta del insti para irnos a Villanueva del Duque. Antes de emprender tan proceloso periplo me hizo entrega de mi regalo. Ya, ya sé que no soy muy original, pero a mí me encanta que me regalen esas cosas. Y no sean mal pensados, oigan, que no estoy hablando de juguetillos sexuales ni ropilla interior roja de bataclana (mi ropa es blanca, de algodón y un perfecto antídoto contra la lujuria, debido a mi poco amor a la lencería).
Hablo de dos libros, claro. El cuento nº 13 y La sombra del viento, que siempre quise poseer.
Al día siguiente ya era el santo de marras. Mr. J. le regaló a Lady MC. un bonito reloj, y Mrs. Rose a su Mr. Jk., un ajedrez. Buenooooo....ya estábamos regalados. Con lo que no nos podíamos regalar era con comiditas. Esta vez nos quedamos más bien cortos, y sólo teníamos para un almuerzo, por lo que decidimos celebrar el santo de los enamoriscados en el chino de Pozoblanco. Mientras los habitantes del celeste imperio nos traían la manduca, cosa que se demoró bastante porque había overbooking, nos dedicamos a grabarnos en vídeo haciendo mofa, befa y escarnio de la seriedad de tan fausto día, dándonos besitos con cara de galanes y galanas ochocentistas, ya saben, parpadeos a la velocidad de un colibrí y boquitas apiñonadas.
Los celestiales, haciendo gala de su habilidad para conseguir imposibles, nos consiguieron una mesa de nueve. Me encantan esas mesas chinescas, porque son redondas, nos vemos todos muy bien las caras y en medio tienen un adminículo redondo que gira para facilitar el traspaso de bandejitas de unos comensales a otros. Sin embargo, a diferencia de la pasta, este prodigio sí que lo inventaron los italianos, bajo el nombre de Giratutto, ¿o no se acuerdan de él? Bien, el giratutto de marras fue el choteo de la noche, sobre todo, cuando a los postres (no pedimos, es un modo de hablar), Mrs. Rose no pudo resisirlo más y le imprimió un pequeño impulso. ¡Nunca lo hubiera hecho! Toda la cristalería, las botellas de agua los tenedores y los cuchillos salieron volando...en dirección a Mr. G., que quedó hecho un ecce homo, lleno de manchurrones de líquido. ¡Glup! Y la guardia civil haciendo controles... Mr. G. se preparó de urgencia un discurso acerca de la emoción que le produce la contemplación del Cuerpo, hecho que provoca la relajación de sus esfínteres. Yo opinaba que era innecesario, ya que no era pis sino agua lo que salpicaba su ropa, pero de todos modos me pareció poético y dejé que siguiera imaginando...
Efectivamente, si a la ida estaban en nuestro carril inspeccionando que íbamos bien amarrados, a la vuelta, estaban en nuestro carril deteniendo a los devotos de Baco. Mr. G. sopló y sopló... y el numerito no subió y se quedó en cero patatero. El agente lo miró afectuosamente y le regaló el chirimbolo por donde había soplado como premio a los niños buenos. Qué bonito es San Valen. Mr. G. no pudo soltar su discurso, pues el hecho de que uno de los Van de Verde le regalase algo el día de los enamoriscados lo dejó sin habla.
Y en fin, vuelta a nuestro latifundio, donde dio lugar el sábado, sabadete, comida china y falete (nota: falete es el cubata servido en un macetón talla XXXL, no el/la artista). Yo por mi parte, me fui a la camita y dejé a Mr. G. jugando a los naipes con los otros nobles caballeros. Tras soportar numerosos apagones que sólo se producían en mi habitación y no me dejaban leer, ignoré a los poltergeist y me dormí. Como ven, todo muy romantique. Por las narices.

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