lunes, febrero 12, 2007

Gente dulce

Muchas veces me pregunto cómo es la imagen que los españoles damos a los inmigrantes, sobre todo a los sudamericanos. A veces pienso que debemos de parecerlos más secos que la mojama, en cuanto a las maneras. Ellos son dulces como el azúcar de caña. Y no me refiero sólo al acento, sino a la exquisita educación que nos muestran. Es posible que haya quien sea un estúpido, porque en todas partes ya se sabe lo que se hace con las habas, pero generalmente es maravilloso recibir unas buenas tardes o un gracias con acento de allende los mares, un acento con el que a veces dan ganas de ponerse a bailar. Y cómo hablan, qué palabras tan bien dichas, qué facundia.

Un día vi un reportaje de los gamines colombianos y hablaba un chavalín con un cigarro en la boca que no había pisado un aula en su perra vida de niño de la calle. Y sin embargo...Cervantes se hubiera descubierto ante él. Ya quisieran muchos de nuestros niños tener una riqueza de vocabulario como la del chaval del cigarro. No se trabucaba; las palabras salían de su boca con la fluidez del agua; no usaba muletillas del tipo "mmmmmmm...", "eeehhh...", "estoooo...", "no séeee....". No. Hablaba como un profesional del lenguaje. No sé cómo lo hacen, si se debe a la comida, al aire, al agua, al gusto por la conversación o simplemente a la escasez de televisión, o a que leen a escondidas todo lo que cae en sus manos, no lo sé. Pero una se quedaba boba oyéndolo hablar.

En cuanto a la educación, el sábado por la tarde fuimos a dar un paseíto por Cornalvo. Ya de vuelta vimos venir a una típica familia con perro. Cuando se acercaron, no quedaba lugar a dudas sobre su procedencia: morenos, con el pelo indio, fuerte y negro, los ojos rasgados, la estatura mediana. El niño cojeaba. El perro lo seguía con docilidad. "Buenas tardes"."Buenah tardeh". "Buenas tardes". "Buenah tardeh" (los de la aspiración éramos nosotros). Algo rezagada iba la abuela."Buenas tardes". "Buenah tardeh". Qué gente tan encantadora. Nos llamaron la atención sus saludos porque iban acompañados de unas sonrisas. Nosotros sonreímos también. Era imposible no hacerlo.

Más tarde nos cruzamos con otros paseantes, pero éstos de aquí. "Buenah tardeh". "Mmmmm". Se me heló la sonrisa que había aprendido. "Pues sí...", pensé cuando pasaron. Ojalá los inmigrantes nos enseñen las buenas maneras que estamos perdiendo, o al menos la sal y el azúcar de nuestra lengua, el arte de conversar, el regalo de la sonrisa. Me imagino que debemos de parecerles serios y sosos. Sólo espero que ellos no pierdan aquí su música de la lengua, su porte de señores y sus maneras de hada.

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