lunes, febrero 19, 2007

Lunes de descanso

Hoy no trabajo, ni mañana tampoco. Me he levantado tarde. No me gusta hacerlo, me da la impresión de que pierdo el día, pero el sábado fue mortal de necesidad, y ayer todavía arrastraba el cansancio. Como para estar en una comparsa, igual que mi hermana Pili, ahí la tienen ustedes, metro y medio sobre la superficie de marcha desaforada y carnavalera:



No, yo soy más tranquilita, por eso, cuando salgo y rompo la pana, como me ocurrió el sábado, luego quedo para el arrastre. Y aunque me lo paso bien, no puedo dejar de pensar en el silencio de mi habitación y el placer de leer un libro en la cama, a la luz de mi lamparita. O en su defecto, si el sueño no viene, me gusta sentarme ante el ordenador y trastear por esos mundos virtuales.


Pero vaya día que nos ha salido hoy, nublado y frío...



Es un día para quedarse en casita, calentita y a gusto. Luego, ponerse a cocinar tranquilamente, disfrutando de la lenta alquimia de los fogones, jugando con la vista, el oído, y sobre todo, del olfato y el gusto. Qué placer el del olor del ajo al freírse, el dorado del aceite, el sabor de la comida bien hecha. Me encanta cocinar por placer. Cuántos sábados por la tarde me he puesto a cocinar en vez de sentarme a ver la tele, buscando una receta nueva, o simplemente inventándomela. Me gusta más cocinar que comer. Es el proceso lo que me fascina. Mi cocina es mi laboratorio, mi santuario, donde sólo yo puedo estar mientras cocino. Nadie puede ayudarme mientras estoy allí metida. Sólo yo gobierno en esos nueve metros cuadrados. Tengo absolutamente prohibida la entrada cuando estoy allí, aunque sea para preguntar qué estoy haciendo, o para, simplemente, pasar al patio. Y sin embargo, me queda tanto por aprender. Cocino desde los dieciocho años, es decir, llevo media vida cocinando, pero provengo de una familia de grandes cocineras, y siento que no tengo su nivel. Quizá porque no tengo todo el día como ellas. De todas las hermanas y primas (los hombres de mi familia no muestran demasiada inclinación por estos menesteres, y si alguno lo hace, deja la cocina como si hubiera tenido lugar allí el desembarco de Normandía), la única que disfruta arrimándose al fuego soy yo. Sólo espero seguir mejorando con el tiempo. Pero todavía me da vergüenza llevar mi pepitoria, mi bizcocho de la yaya o mi tortilla de papas a las reuniones familiares. Sólo mis croquetas llegan al nivel requerido, pero eso es pura genética.

1 comentario :

Evla dijo...

Hola, Luz, sé que entras todos los días en el blog. Anímate y déjame algún comentario, que me hace mucha ilusión. Lo mismo le digo a Lali Maestre. ¡Los blogueros nos morimos por los comentarios de los lectores! Es una satisfacción abrir el blog y ver comentarios nuevos, aunque sea para decirnos lo pedorro que está el blog últimamente. Un abrazo.