viernes, enero 04, 2008

Iconoclastas infantiles

El otro día estuvieron mis amigas en casa tomando café y estuvimos hablando de las cosas que hicimos de pequeñas.Saqué mi álbum de cuando era bebé (ser la primera es lo que tiene, me hacían fotos y fotos y fotos). Mi hermana sacó a relucir la trastada diaria que cometíamos mi hermano Juan y yo, capitaneados por una servidora, por supuesto.
Mi madre tenía sobre uno de los sillones un cuadrito de El Greco, "Santo Tomás". A mi madre le encanta el Greco y creo que compró la reproducción en Toledo, cuando estuvo de viaje de novios.
Pues bien, a mí me parecía horroroso, con esa figura alargada y deforme. Hay que entender que mi hermano y yo rondábamos por los cuatro, cinco años y nuestros conocimientos de arte arrojaban encefalograma plano. Así que organicé una banda de iconoclastas capitaneada por mí y secundada por mi hermano. Normalmente éramos los dos solos, pero cuando venían mis primos o mi amiga Esmeralda, los invitábamos a solazarse con nuestras fechorías cotidianas. Como éramos muy chiquitillos nos teníamos que encaramar al sillón, aprovechando que mi madre andaba en la cocina. Una vez colocados en nuestra base de acciones procedíamos a la acción. Inspirábamos hondo...y a escupir a Santo Tomás. A veces mi madre se encontraba el cuadrito completamente empapado por nuestras malignas babitas infantiles; otras veces nos pillaba en pleno delito y ponía el grito en el cielo. Nunca nos atizó con la zapatilla, sólo nos reñía, creo que en el fondo le hacía gracia que nos cayera tan gordo el pobre santo. Cuando nos decía que era un santo y que había que tenerle respeto, no podíamos creer que un santo fuera tan amorfo, y seguíamos con nuestra ofensiva. Cuando nos contó la historia de Santo Tomás no me convenció de que un tipo que había dudado del Señor y que encima fuera tan feo hubiera adquirido la categoría de santo; yo no lo hubiera canonizado, desde luego. Es más, mi tío Tomás, el hermano de mi madre me inspiraba un poco de lástima por tener semejante patrón.
El caso es que cuando las cosas empezaron a calar en nuestras molleras dejamos en paz al pobre santo. Aunque no sé qué pasaría si se diera la circunstancia de que Juan y yo fuéramos al Prado y nos encontráramos con el original. Entonces era yo la capitana, pero ahora mi hermano, aunque futuro padre, cuando se pone en plan gamberrete, también se las trae.

1 comentario :

Anónimo dijo...

Madre mía, escupir a un cuadro? Mi madre me corta la lengua, debe ser menos comprensiva que la tuya!