jueves, agosto 23, 2007

Voyage, voyage... Segundo día. Las grandes cosas.

(Sin desmerecer las otras que vimos en los días siguientes).

A partir de este día, empezamos a levantarnos a las siete de la mañana, de tal modo que a las ocho estuviéramos ya en ruta. Nos metíamos entre pecho y espalda un desayuno bien fuerte (por si no encontrábamos comida a buen precio a mediodía, cosa que, afortunadamente, no sucedió), y ¡hala! a patear por París.


Como iba diciendo, a las ocho salimos del hotel en pos del Louvre, al que llegamos poco antes de las nueve. Y primera sorpresa: la entrada al museo fue gratis pa mí y pa tós mis compañeros (que en este caso, se reducían a Grego). ¿Cómoooorl? Muy sencillo, queridos muchachos: soy la feliz propietaria de una ábrete sésamo que me permite acceder al Louvre sin pagar entrada, previa presentación de mi DNI y mi carnet de discapacitada. Obviamente, muchos, o casi todos, taquilleros no saben ni papa de español, pero yo me había aprendido las palabras mágicas: "Je suis handicapée" que me abrían las mágicas puertas del Louvre.




Una vez franqueada la entrada, vimos unos maravillosos patios llenos de estatuas, bañados por una luz tamizada que las fotos no pueden reproducir: Puuuuuffff... Si tuviera que poner todas las fotos del Louvre que hicimos, tengo que abrir un fotolog nuevo sólo para eso, así que pondré un Slide con una escogida selección, ¿no?










He de decir que me gustó muchísimo la pintura, como siempre, pero también vimos arte etrusco, griego, romano, egipcio (muy interesante) y lo que más me impactó, quizá porque nunca había visto nada al natural, fue Mesopotamia, que es grandioso. A mí me iban dando soponcios cada vez que entraba en una sala nueva. Parecía como si hubiera entrado en uno de mis viejos y queridos libros de arte y de historia y me iba reencontrando con las láminas que habían poblado de fantasías mis años de bachillera. (Para mí la historia y la historia del arte no eran más que un maravilloso cuento de hadas que duraba nueve meses: la felicidad suprema). Me acordaba un montón de mi hermana Guacamole, de los pateos de emoción con que nos hubiera obsequiado al ver los toros alados del palacio de Khorsabad y la Gioconda burlándose de todos los turistas que intentábamos sacar su mejor lado. Por supuesto, Grego iba flipando también y sacando fotos a troche y moche (a mí me falló la batería de la cámara, grrrrrr). A él le tiraba más lo egipcio, pero ya digo que Mesopotamia es para mí un imán, y aunque sé muy poco y confundo a los acadios con los sumerios y los amorritas, siempre me ha atraído misteriosamente.


Bien, comicheamos en el mismo Louvre algunos sandwiches y sobre las cinco de la tarde salimos de allí. No sabía yo que una vez sales del Louvre te encuentras con los jardines de las Tullerías, así que fue una agradable sorpresa. Allí pudimos disfrutar de los dos grandes deportes nacionales (y ninguno es la petanca): hacer navegar maquetas de barquitos de vela por el estanque mediante una especie de bastón y el segundo, que me hechizó: sentarse en una silla de hierro (las pueden encontrar ustedes en cantidad diseminadas por cualquier parque) al borde de una fuente o estanque a mirar el agua.


Siguiendo en línea recta, se encuentra la plaza de la Concordia y su impresionante obelisco que luce ahora, cual boli Bic, un capuchón, eso sí, de oro, nos dijeron los lugareños.

Más allá, y siempre todo recto están los Campos Elíseos. Estaban atestados de gente y son larguíiiiisimos, y un poco cuesta arriba. Allí nos metimos en la tienda Adidas y me merqué una camiseta llena de cintas para tirar arriba y abajo de las mangas y del costado, parezco una especie de estor con ella puesta y si tiro mucho, me quedan cintajos colgando por todos lados, pero ya me apañaré y le cogeré el truco. Hay que decir que la ropa en París no es demasiado cara, siempre que no te acerques a las grandes firmas de haute couture, claro está. Como mucho, los precios suben al nivel del Corte Inglés, o sea, que no es tanto como yo pensaba. Eso sí, no osen comprar joyas (de cualquier joyería) ni zapatos (de cualquier zapatería): arruinarán su maltrecha economía con una clavada que lo llevará a pasar el resto de sus vacances en París tocando la bandurria en el metro.

Al fin, jadeantes como perrillos, llegamos a la meta, el arco de Triunfo. Muy bonito, sí, y más grande de lo que yo pensaba. A pesar de lo que habíamos andado en el Louvre, y como Aida nos lo había recomendado, pagamos para subir arriba. Ahí fue cuando descubrimos que París es la ciudad de las escaleras (de caracol en su mayoría) no mecánicas. Eran como unos 300 ó 400 escalones, pero como podías ver lo que te quedaba mientras subías y eran las primeras escaleras que probamos (pobres inocentes...) subimos con alegría, sudores y resoplidos varios. Cuando llegamos a la terraza, lo primero que Grego vio fue, a lo lejos un enorme edificio blanco lleno de cúpulas. "¿Qué es eso tan bonito?", me dijo. "Es el Sacré Coeur, de Montmartre". "Lo tendrás apuntado para visitarlo, ¿no?", me dijo. "¡Hombre! Eso ni se pregunta. Nos toca pasado mañana". Lamento decir que no tengo fotos de la basílica desde el Arco de Triunfo, ni le harían justicia, pero fue como una visión. Bueno, recomiendo subir al Arco para ver París desde arribota, como primera toma de contacto y para situarse más o menos. NO paguen por mirar en los tomavistas, son muy caros, mejor llévense un catalejo de casa. Rodeando la terraza del Arco, vimos la Torre Eiffel, Notre Dame y la Défense. Aquello no nos gustó ni un pelo: Allí a lo lejos en la Défense, justo en línea recta, se estaba formando una negra tormenta. Tras haber recuperado brevemente el resuello, Grego dijo: "Mejor nos vamos". Justo cuando bajamos y descubrimos que en el Arco se commemoran también las batallas de Gebora (sic) y Badajoz, iba a empezar un homenaje a la llamita del soldado desconocido. Qué curioso, ver a los veteranos e inválidos de guerra, con los enormes mostachos, las boinas y las condecoraciones colgadas de sus chaquetas. Pero sus gozos en un pozo, justo en ese momento estalló la tormenta y nos cayó una tromba de agua descomunal. Todos, turistas y veteranos nos cobijamos malamente en el arco hasta que la lluvia tuvo a bien disminuir una mijina. A mí me tocó emparedarme entre Grego y un gendarme que me clavó en el costado la funda de la pistola. Como piojos entre costuras. En cuanto amainó corrimos a la boca de metro más cercana y nos fuimos hasta la Torre Eiffel.


Tormenta bajo el Arco


La Torre Eiffel da miedín, o por lo menos a mí me lo dio cuando me iba acercando, porque supera las dimensiones con las que la imaginamos pero con creces. Es ENOOOORME, y conforme me iba a cercando a ella, más grande se iba haciendo, hasta que me quedé justo en medio de sus cuatro patas y miré hacia arriba...¡Maaaaaama! ¿Y si le daba por desmoronarse justo en ese momento en que la ceniza de la niña Evlita se encontraba justo debajo? pero luego nos enteramos de que esa tormentilla no había sido nada para la torre, que está diseñada para soportar rachas de viento de hasta 400km/h y que con un vientecillo algo fuertecito sólo se inclina 10 centímetros.

El error de gayolos lo cometimos al ponernos en una cola y no saber que no en todas las patas de la torre se puede coger el ascensor (11,95 eurines), así que después del rato en la cola tuvimos que pagar 7,50 euros por hacer ejercicio y subir andando hasta el segundo nivel. Encima, los escalones estaban mojados y de vez en cuando pegaba algún patinazo. Por cierto, cumplí el encargo del Marqués Henri de Guiberteau y en cuanto alcancé a la ferralla, le di unas palmaditas amistosas de su parte. La verdad es que el ejercicio merece la pena, porque la vista es impresionante aunque las fotos, como de costumbre, no hacen justicia. Y si miraba hacia fuera, me gustaba lo que iba viendo, pero si miraba hacia dentro y veía unas hormiguitas multicolores guardando cola para subir...¡buuuufff! qué vértigoooooo... Al menos entre nivel y nivel uno puede pasearse y rodear la torre, hacer fotos, mirar por el tomavistas (¡no lo hagáis, llevaos un catalejo, repito!), comerse un bocadillín (lleváoslo de casa, mejor), beber, sentarse, respirar hondo, sudar mientras se mira hacia arriba y se ve lo que queda... pero bueno, merece la pena, a no ser que uno tenga el corazón algo flojillo o padezca de un vértigo galopante. He aquí unas cuantas fotos:



Por cierto, lo mejor es cuando anochece y se ilumina. Y a las diez, empiezan a titilar miles de bombillitas por toda la torre durante diez o quince minutos y hace muy bonito.


Cuando nos cansamos de la torre (es un decir), nos fuimos paseando por los puentes y muelles del Sena. No nos montamos en bâteau-mouche porque no nos dio la gana. Y así hasta el puente de Alejandro III, que es el que más me gustó y el más bonito. Ahí Grego había prometido besuquearme, pero como comprenderán, no hay testimonios gráficos del evento, porque estaba oscuro, jejejeje.
Lo malo fue que no encontramos una boca de metro ni de coña, ya saben, pardilleces del primer día, y acabamos en una estación del RER, el cercanías, donde un señor amablemente nos indicó (¡en francés, y yo lo entendía!) que teníamos que atravesar el puente de Alma, de triste recuerdo, (la gente se para, mira y hace fotos al túnel de Alma...) y al otro lado estaba la boca de metro. Total, que entre las andanzas y el despiste, llegamos al hotel a las once y media de la noche, reventaditos perdidos, medio invalides. Fin del segundo día.

9 comentarios :

Evla dijo...

Madre mía, entre el poco tiempo que le puedo robar al estudio y entre las fotos que tengo que seleccionar, pensar en lo que tengo que escribir para hacerlo más o menos ameno y lo lento que va el ordenador últimamente, cuando termine de hacer la crónica de París, ya habré hecho otro viaje... sólo pido una mijina de paciencia.

Evla dijo...

¿Quién se inventaría que París es la ciudad de la luz y del amoooor? Por lo que yo sé, es Valencia. ¡¡¡París es la ciudad de las tropecientas mil escaleras!!! ¡El sueño de cualquier atleta! ¡No hace falta ir al gimnasio en París, por 7 euros y pico baja usted el desayuno mientras disfruta de las vistas!

Anónimo dijo...

Nena como me he identificado contigo cuando has contado tu percepción al ir de una sala a otra en el Louvre...cuando yo vaya a París...ayyyyyyy!!!


Es que el arte es...mmmmmmmm...sencillamente merveilleuese!!!!

Evla dijo...

Pues cuando vayas a París llévate los patines al museo d´Orsay. Hay un tío en la puerta que hace virguerías con los patines y unos vasitos de plástico. Te encantaría, nos acordamos de ti un montón.

Anónimo dijo...

Conforme ibas contando el viaje, lo iba viviendo, y recordando ls sensaciones que yo viví la primera vez que fuí a París, pondré en mi blog fotos de París desde los sitios que visitasteis para contribuir al maravilloso recuerdo del viaje. Para mi lo mas bonito de París es pasear por París, uno de los sitios que mas me gustó fué El Sacré Coeur y Motmatre, es donde se respira el verdadero ambiente bohemio de París. Una maravilla. Bss

Anónimo dijo...

Qué ganas de visitar el Louvre... acabo de estar en la National Gallery y en el British Museum, pero no debe ser lo mismo...

Anónimo dijo...

manuel yo tambien conozco el britsh, no te parece que los britanicos esconden mucho egipicio???
Marieu, he reabierto el blog, pero ahora se llama distinto con una direccion distinta.

www.lamazmorradelabruja.blogspot.com

Anónimo dijo...

No te sabría decir porque no conozco en profundidad el tema, pero sí me ha parecido que tenían muchísimas cosas.

Y en principio no deberían tener nada que esconder, si tienen medio Partenon alí...

Evla dijo...

Ahora que recuerdo, vi dos momias en el museo, y las dos me dieron mucha lástima. Una de ellas tenía el pelo por fuera del vendaje, y se le veía ondulado, castaño y parecía suave. También se le veían los rasgos de la cara. Me dio penita porque fueron dos personas y ahora en lugar de descansar en paz, están a la vista de todos en unas vitrinas de museo. Sé que son muy curiosas, y que merece la pena admirar el arte que tenían los egipcios para enterrar a la gente, pero no puedo evitar que me den lástima.