Vamos a reírnos con un cuento escrito entre todos los que quieran participar. Empiezo con estas líneas. De la primera persona que me envíe las cinco siguientes líneas aparecerá publicada la última. Y de la siguiente primera persona que me envíe las cinco siguientes a ésta, aparecerá publicada la última línea, que será la que habrá que completar, y así sucesivamente, de tal modo que cuando termine el plazo, publicaré la historia entera, que será un completo disparate. En el colegio jugábamos a esto con un papel. Escribíamos cinco líneas, doblábamos el papel y sólo dejábamos a la vista la última línea, y basándose en ella, la siguiente persona tenía que seguir escribiendo cinco líneas más, doblaba el papel otra vez dejando ver su última línea... y así hasta que se terminaba la hoja. Evidentemente, os pongo mi correo para que me enviéis vuestros fragmentos: ula7075arrobahotmailpuntocom. Lo pongo así porque es más recomendable y más difícil de rastrear para los piratas. Comienza la historia:
(La he borrado para no condicionar más a los que entren)
(Ahora os toca a vosotros. ¿Cuándo terminará? Depende de la respuesta que tenga. Puede que no me escriba nadie y cancele el asunto. Si tiene éxito, ya pondría un plazo. Por cierto, pondré el nombre del autor del fragmento publicado, para no liarnos).
Atención: no me mandéis los escritos a Comentarios porque así los puede leer todo quisqui, esto tiene que hacerse de tapadillo y descubrir todo al final.
Y ésta, la aportación de Ángeles (Angelesse):
y sin mediar palabra se besaron con la mirada
Otras cinco más...




Me gusta más cocinar que comer. Es el proceso lo que me fascina. Mi cocina es mi laboratorio, mi santuario, donde sólo yo puedo estar mientras cocino. Nadie puede ayudarme mientras estoy allí metida. Sólo yo gobierno en esos nueve metros cuadrados. Tengo absolutamente prohibida la entrada cuando estoy allí, aunque sea para preguntar qué estoy haciendo, o para, simplemente, pasar al patio. Y sin embargo, me queda tanto por aprender. Cocino desde los dieciocho años, es decir, llevo media vida cocinando, pero provengo de una familia de grandes cocineras, y siento que no tengo su nivel. Quizá porque no tengo todo el día como ellas. De todas las hermanas y primas (los hombres de mi familia no muestran demasiada inclinación por estos menesteres, y si alguno lo hace, deja la cocina como si hubiera tenido lugar allí el desembarco de Normandía), la única que disfruta arrimándose al fuego soy yo. Sólo espero seguir mejorando con el tiempo. Pero todavía me da vergüenza llevar mi pepitoria, mi bizcocho de la yaya o mi tortilla de papas a las reuniones familiares. Sólo mis croquetas llegan al nivel requerido, pero eso es pura genética.

