jueves, septiembre 20, 2007

Voyage, voyage...Quinto día. Lo modelno, lo medieval y tributo a Los Miserables.

El quinto día amaneció lluvioso, pero no por eso nos arredramos. Cogimos el metro y nos fuimos a ver La Défense. Llegamos a las ocho y media de la mañana, y al ser festivo, no había movimiento de ejecutivos y secretarias por allí, sólo algunos turistas madrugadores como nosotros y los sempiternos militares que rondan por los monumentos de París (al parecer, es el temor a ataques terroristas lo que hace que los militares vigilen por allí metralleta en ristre). Bueno...qué puedo contar de La Défense. Es curiosa, y aunque el arte contemporáneo no es muy santo de mi devoción, había cositas que me gustaron, como las escultuas con luces en el estanque, o las de Miró, que le dan colorido al conjunto grisáceo. Y por supuesto, La Grande Arche, más conocido como el Arco de la Defensa. Como notita curiosa, hay que mencionar que en el vano del Arco cabe cómodamente la Catedral de Notre Dame, es grande de narices, el cubo...digo, el Arco. Ahí van unas fotillos de la zona:




Cuando subimos al Arco de la Defensa, lo que yo me preguntaba era que qué habría más allá. Grego también sentía curiosidad. ¿Empezarían las chumberas detrás de La Grande Arche? Corrimos hacia allí... y, nada, París seguía y seguía interminablemente. Nos quedamos con las ganas de llevarle a Paco un cubo de higos chumbos de París.
Después de esto, nos fuimos oootra vez en metro a ver lo que Grego llamaba "La casa del Bicho". Que era, ni más ni menos que el Palais Royal, antaño el chozo donde se cobijaba Armand-Jean Du Plessis no sé qué más, más conocido como cardenal Richelieu, el Bicho para Grego, que le tiene un cariño especial. Muy cuco, aunque no me gustan nada esas columnas de rayitas que le tienen puestas, no le van mucho. Lo más chulo era el parque que tenía, donde vimos a un señor sentado en una silla que, mientras escribía, se metía la otra mano en el bolsillo de la chaqueta y se sacaba miguitas. Los gorriatos se le posaban en la mano para comer, se ve que el señor es viejo amigo suyo. Anda, unas fotillos del Palais Royal, por ser buenos y aguantarme tanto tostón:



No pongo más, que si no, no me van ustedes a París. Y hay que ir, oiga, que ya dije que París, en estos tiempos poco clericales, bien vale una Visa.

Y esta bonita foto, de una entrada de metro, vean qué maja es, parece un cacharrito de la feria:


Y ahora, nos trasladamos aún más atrás en el tiempo, hasta la Edad Media, o Moyen Age, como le dicen allí. Esto fue un descubrimiento nuestro, en pleno Barrio Latino, husmeando por los alrededores de la Sorbona, el Museo de la Edad Media y las Termas de Cluny. Qué bonito. Había una exposición llamada "Los tesoros de la Peste Negra", que eran joyas de la época, muy bonito. Es un museo no muy grande. Antes de entrar, hay que pasar por unos jardincitos pequeños de tipo medieval, cada uno con diferentes plantas alusivas al tema del jardincín: uno se llama "El jardín del amor", otro, "el bosque del Unicornio"... muy bonito y recoleto. La verdad es que el Museo era bonito por fuera y por dentro, e incluía también unas termas galorromanas del s. III. Lamentablemente, fue imposible hacer fotos de los maravillosos tapices de La Dama y el Unicornio, debido a la semipenumbra en la que están expuestos y al cancerbero que impedía tirar con flash. Mejor se meten en la página web del museo para verlos. Pondré aquí un Slide con algunas cosillas:







Ni que decir tiene que salimos encantados de allí, fue como un viaje en el tiempo, además, había muchísimas cosas de la vida cotidiana, como zapatos, naipes y unos artilugios de aspecto amenazador que resultaron ser moldes de gofres. De allí, nos fuimos a trastear por el barrio Latino, el Panteón, la iglesia de Sainte Geneviève, que estaba cerrada. Por cierto, nos comimos un pedazo de entrecot a la brasa con una rica guarnición de judías verdes (de lata, menos mal, odio las judías verdes frescas y congeladas) y unas patatitas con salsa bearnesa por la módica cantidad de 14 eurines por cabeza, lo cual no estaba nada mal, habida cuenta de que el filete se salía casi del plato, y con el placer añadido de comer en un bistrot del Barrio Latino, en la calle pero resguardados de la lluvia y muy bien atendidos y servidos por una camarera encantadora.


Andandito, andandito, llegamos a uno de los lugares que más ganas tenía de visitar: los jardines del Luxemburgo. Desde que leí los Miserables, me prometí a pí pispa que si alguna vez iba a París, iría a ver el lugar donde empezó la historia de amor de Cosette y Marius. Y, por supuesto, no me defraudaron en absoluto, aunque los imaginaba gigantescos, tienen un tamaño muy bueno para pasear por ellos, o para sentarse, como su humilde servidora, en la Fuente Mèdicis a practicar el deporte nacional francés, mirar el agua:


Y aquí otra foto de los jardines del Luxemburgo, que los tengo muy mal acostumbrados y no me van a querer ir allá:

Como empezó a llover, nos guarecimos bajo el paraguas y nos fuimos andando hasta el centro Pompidou, que salía en todos mis libros de francés y tenía curiosidad por verlo. Pero no me gustó mucho, y a Grego, nada, lo que corroboró su comentario al verlo en una foto de la guía de París antes de ir (dijo:"¿Qué es esto tan horroroso?"). Había una especie de performance llamada La Batalla de Pinocho en Beaubourg o algo así, tan horrible que no voy a poner fotos, a lo mejor quien quiera verlo puede encontrarlo en Youtube, pero como me pareció una tomadura de pelo, sólo lo mencionaré de pasada. Sí pondré fotos del exterior y de las fuentecitas, que son graciosas:


Después de entrar y dejarnos los dineros en el Pompidou, que debe de albergar una de las tiendas más caras de Francia, buscamos la iglesia de San Eustaquio y la estatua de Henry Miller, que o bien parece un dormilón, o bien, dicen, está escuchando el latido del corazón de París. Ambas cosas las entrevimos el día que llegamos por la noche y aprovechamos para echarles unas fotos a plena luz del día, que ya nos quedaba muy poco tiempo:

Para entonces, ya tenía tres ampollas, tres, en el pie derecho y me tuve que gastar mis buenos dineros en una cajita de Compeed en una farmacia, si es que quería seguir andando. Ya saben, si van a París y quieren patearse la ciudad, antes de nada, inviertan en tiritas de las buenas, véndense los pies cual momias, y ¡hala!, a andar.

Y con este último consejo sobre salud y podología, fin del quinto día. (Penoso pareado).

martes, septiembre 11, 2007

Voyage, voyage... Cuarto día. Gárgolas, museos y crêpes

El cuarto día nos fuimos raudos y veloces a Notre Dame para no tener que hacer cola y subir a departir con las gárgolas. Llegamos a las nueve, y como hasta las diez no abrían, sólo había una familia delante de nosotros en la cola. Nos sentamos a esperar y a ver cómo en el café de enfrente una señora hacía crêpes como aquí hacen los churros. Por cierto que en la cola nos percatamos de que calle arriba, calle abajo paseaban las dos únicas gitanas que vimos en París. Curiosamente, una de ellas tenía los ojos verdes. A punto estuve de preguntarle si se llamaba Esmeralda. Era muy sospechosooooo...una gitana de ojos verdes pululando por Notre Dame...
Bien, he aquí unas fotos de arriba:





De ahí nos fuimos al Museo d´Orsay. Cuando salimos del metro descubrimos asombrados que nuestro querido adivino Rappel es persona non grata en París, vean, vean, si no:

Cuando llegamos al museo había una larguísima cola en zig zag, y Grego y yo nos pusimos al final, claro está, aunque no por mucho tiempo, jejeje. Grego me dijo que fuera a preguntarle al pollo de la puerta que si tenía que pagar entrada con mi carnet de discapacitada. Yo protesté porque era la entrada de grupos, la entrada de visitantes individuales estaba en la otra punta, pero tras un breve forcejeo verbal, fui hacia el portero mientras mascullaba entre dientes el discursito que iba preparando en francés. El caso es que el señor, muy amable, tras comprender que yo era discapacitada y española (a pesar de la desconocida banderita de Extremadura que ostenta el carnet), me quería hacer pasar inmediatamente por la entrada de grupos, pero le dije que esperase un segundín y fui a rescatar a Grego de la cola. Entramos felices y contentos gracias a mi mágica llave que nos ahorró tiempo y dinero.

El Museo d´Orsay era una antigua estación de tren reconvertida en un maravilloso museo con una luz muy especial. Es de reconocer el partido que le han sacado al edificio, tiene hasta una enorme sala de baile de lo más rococosa, pero muy bonita. Lo primero que llama la atención es el enorme reloj dorado. Luego vas por las salas diciendo "¡oh!" y "¡ah!" ante la cantidad de pinturas famosas. Por cierto, hay una representación de Gaudí y esculturas de Camille Claudel, que me hicieron mucha ilusión. Y no recordaba hasta que me lo encontré que estaba ahí el famoso "Origen del mundo" de Courbet. Habrá quien se escandalice, pero a nosotros nos pareció un cuadro muy bonito, aunque muy osado para la época. Creo que se impone otro Slide (seré breve):



Bueno, en el museo estuvimos hasta por la tarde. Comimos allí en lo que los franceses llaman una "mezzanine",o lo que es lo mismo, una especie de entreplanta que puede estar en cualquier piso y que ellos aprovechan para autoservicio. Me hubiera gustado comer en el restaurante rococó del museo, pero era algo carillo (tampoco mucho) y lo que es peor, mientras a mí me gustaba todo lo del menú, a Grego no le iba a gustar nada, había demasiado pescadito , así que optamos por los sandwiches de pollo tandoori de la mezzanine dichosa.


Es uno de los museos más bonitos que he visto, tanto por su continente como por su contenido, pero me niego a establecer comparaciones con el Louvre. Son dos museos diferentes, el Louvre es heterogéneo, hay de todo, y el Orsay es monotemático, por así decirlo, sólo se ciñe a una determinada época.


Después del museo..¿qué hicimos? Se me ha ido el santo al cielo.Ah, sí, como ya habían hecho acto de aparición las burbujas en mi pie derecho (se ve que cargo más peso en un pie que en otro, es decir, ando de lado como un pato), nos fuimos al hotel, nos duchamos y nos echamos una siestuca. Luego sobre las siete o así, nos compramos unos crêpes. Yo me lo pedí de plátano y Grego, el muy goloseras, de Nutella. Claro, no pudo acabarlo, era demasiado. Y es que los crêpes, aunque son exactos a los que yo hago, son enooormes, no mis menudencias tamaño sartén chiquita. Luego Grego propuso que fuéramos a hacerle más fotos a la Torre Eiffel de noche. Aunque estaba con los pies destrozaos, no le puedo negar nada a mi pequeño gran hombre, y allá que nos fuimos, y menos mal, porque nos despachamos a gusto (esta vez no subimos) haciendo fotillos a las lucecitas que titilaban. Llegamos justo a tiempo. He aquí una pequeña muestra:



Ésta última foto está tomada desde el Trocadèro.

Y con esto, fin del cuarto día.

Una buena noticia

Ya sé, ya sé que debería seguir con el cuarto día de París, pero la noticia merece la pena: ¡Voy a ser tía! Mi cuñada Matilde, la mujer de mi hermano Juan, está embarazada. ¡Qué alegría! Tengo ya dos sobrinitos preciosos, los hijos de mi cuñada Emi, la hermana de Grego, y además, el pequeño es nuestro ahijado, pero éste es el primer sobrinillo que me viene de un hermano y estoy encantada de la vida de que haya en la familia un Juanito nuevo o una Matildina nueva. Pero más encantados están mis padres, que por fin, van a ser abuelis, ¡con las ganas que tenían! (Lo mejor de todo fue la reacción de mi hermana Claudia, palabras textuales: "¡No me digáis que voy a ser tía que me meo!").

miércoles, septiembre 05, 2007

Voyage, voyage. Tercer día. La gran paliza.

El tercer día tampoco tuvo desperdicio, aunque no empezamos con buen pie. No sabíamos que en París los museos no cierran el mismo día, así que nos fuimos al museo d´Orsay y nos lo encontramos cerrado a cal y canto. Pero no nos amilanamos, como estábamos cerca, pusimos camino a Los Inválidos. La cúpula había subyugado a Grego desde el primer día, y subiéramos donde subiéramos, él la buscaba incansablemente. Camino a Los Inválidos, nos llamó la atención que los bomberos estuvieran jugando al rugby en el césped; imaginamos que lo hacían como entrenamiento, pero bueno, era agradable ver a fornidos mozos en pantaloncillos cortos correteando cual chicuelos en pos de un balón apepinado. En los Inválidos aún no habían abierto, y nos paseamos entre los cañones que había alrededor del patio de armas, leyendo sus nombres y sus historias. A mí me gustó éste, que parece más un mortero que otra cosa. Luego abrieron la iglesia, y después de bichear y pasear arriba y abajo, nos sentamos a esperar que pudiéramos entrar a ver la tumba del pequeño gran hombre, en cristiano, Napoleón. Media hora más tarde de la hora de apertura, el sacristán seguía pasando el plumero por las columnas de la tumba, así que nos cansamos de esperar y, decidiendo que éramos españoles y ningún emperadorzuelo francés nos iba a tener esperando, ni aun después de muerto, nos fuimos en pos de nuevas aventuras.

Nos vamos a Notre Dame. No es que me decepcionara exactamente, pero me la imaginaba más grandota. Aun así, es una catedral muy bonita, tiene cositas muy aparentes y una historia muy interesante: allí se celebró la curiosa boda de la reina Margot y Enrique de Navarra y también se autocoronó Napoleón. La entrada es gratuita, sólo hay que pagar si quieres subir a departir un rato con las gárgolas. Pero la cola para subir era inmensa, así que decidimos dejarlo para el día siguiente, y propuse ir a ver la Santa Capilla. La Santa Capilla es muy curiosa; se construyó por 40.000 monedillas del medievo para albergar la corona de espinas (presunta, en la Edad Media había un estraperlo de reliquias impresionante, y casi todas estaban adulteradas), que costó 130.000 cucas medievales. Para entrar hay que pasar por un control policial, ya que el edificio está dentro del Palacio de Justicia. Es chiquitita, pero maravillosa. Tiene dos pisos, el de abajo, dedicado a la Virgen y el de arriba, que es donde se encuentran las vidrieras. Lástima que hubiera un andamio en el ábside; pero pudimos ver a gusto las vidrieras, su fastuoso colorido y la exquisita decoración a la francesa, es decir, azul y flores de lis doradas. Ahí van unas fotos:
De allí, cogimos el metro y nos fuimos a Montmarte.Cuidado con la estación de Abesses, tiene unas escaleras de caracol tremendas (uf), aunque uno puede ir disfrutando de las pintadas de las paredes, son muy cucas, de paisajitos y cosillas así. Ya era la una de la tarde y decidimos comer en una terracita, antes de que todo el mundo se pusiera a comer, aunque ya estaban los bistrots bastante llenos. Nuestro bistrot era italiano y se llamaba Bella Italia. Los camareros eran franceses e hindúes, pero las pizzas estaban de vicio, y no fue caro. Lo bueno que tiene comer en París es que los restaurantes tienen la obligación de poner en la entrada los precios, entonces uno puede decidir dónde le conviene comer y la sombra de la bandurria en el metro deja de planear sobre nuestros bolsillos. Por cierto, los camareros de París, sin excepción, son encantadores, simpáticos y siempre te preguntan si va todo bien, aunque hay que ser rápido al pedir, siempre van volados.

Para bajar las pizzas, nos encaminamos al Sacré Coeur. Vimos un funicular, pero no le hicimos demasiado caso y subimos por las escaleras (uf). Arriba, había que subir más escaleras para entrar en la basílica (uf). La entrada es gratuita, pero no se pueden hacer fotos. Pero yo, que soy algo desobediente, robé una del mosaico del ábside, que es de influencia bizantina aunque se le ve el pajeo moderno. Es uno de los más grandes del mundo y es mono, mirad:
Y aquí va un Slide con fotos de cuando subimos arriba del Sacré Coeur (cuando subes, pagas). Muchas escaleras (uf) de caracol, estrechas y de techo bajo. Grego a veces se veía obligado a subirlas como un homínido, porque no tuvieron en cuenta a los hombres altos y guapos cuando construyeron la basílica.







Tengo que confesar que subiendo por las escaleras me dio un semiataque de claustrofobia, al ver que no se acababan nunca y no podía ver por dónde iba. Además, eran tan estrechas y bajitas, que deleité al resto de los turistas canturreando "Mediterráneo" de Serrat para espantar esa pequeña angustia. Fue lo primero que se me vino a la cabeza.

Una vez bajamos, nos dimos cuenta de que con nuestro billete de metro podíamos usar el funicular (grrrr...); al menos, bajamos cómodamente sentados, ya que subir, no subimos muy cómodos. Callejeando por Montmartre, vimos una tienda muy cuca llamada Les Pylones, donde vendían cantidad de chuminadas de colorines, tales como paraguas en forma de muñecas, tostadoras de colores, era todo muy bonito, pero muy caro. Allí me agencié un boli muy chiripitifláutico y un paraguas en forma de gitana para mi madre y otro para mi cuñada.

Volvimos al metro y, ¡oh!, en la estación de Concorde vimos las primeras escaleras mecánicas de París, que, además, funcionaban. Llegamos a la Plaza de la Bastilla. Nos sentamos en la Ópera un rato a ver qué hacíamos. Aviso: no queda nada de la antigua fortaleza de la Bastillas, aquello es una plaza modernilla. Si quieren ver algo, bajen a la estación de metro de Bastille y ahí queda algo de un muro, pero algo ridiculín que casi pasa desapercibido.Como andábamos cerca, fuimos a la Plaza de los Vosgos. Oye, qué bonita. Por cierto, por el camino nos bebimos la primera Piticola a precio españó, en un bar de chinos.

La Plaza de los Vosgos, decía. Me encantó. Estuvimos allí como una hora relajándonos a la sombra de los árboles en el parque y deleitándonos con la vista de los palacetes, que allí llaman Hôtels. En esta placita tan mona nació nuestro buen amigo Richelieu y vivió Victor Hugo, cuya casa se puede visitar. Antiguamente, en los palacetes que rodean el parque vivía la corte de Enrique IV, creo, no me hagan demasiado caso. Ahora alrededor de la plaza hay un montón de galerías de arte y cafés no demasiado caros. Es un sitio un poco zen, porque cuando salimos de allí, íbamos más relajaditos. He aquí algunas fotillos:

Curiosamente, mientras descansábamos, oíamos cantar ópera por ahí, pero cuando salimos de la plaza, nos dimos cuenta de que era un contratenor, es decir, un hombre que lo mismo canta como soprano que como tenor. Estaba de pie bajo uno de los arcos de salida, con un sombrero de payaso y la mirada perdida (creo que no rilaba muy bien), pero cantaba como Farinelli, impresionante. No son muy frecuentes los contratenores, en España sólo hay uno, así que haber visto a uno en vivo me parece lo suficientemente curioso como para señalarlo.
Después nos fuimos a visitar el pijerío, la Place Vendôme, donde están todas las joyerías pijas y el hotel Ritz. Es una placita muy bonita y tranquila, y los escaparates son de alivio; en Dior tenían un broche de diamantes y esmeraldas en forma de manojo de zanahorias divino. En esta foto miraba a Grego buscando su complicidad para hacerme con el collar del escaparate, que era de oro tejido, como una tela. Sólo que más tarde me di cuenta del inmenso negrón que custodiaba la puerta y desistí de mis malicias.
De allí nos fuimos al Faubourg Saint Honoré, a ver tiendas pijas. Qué decepción, yo me imaginaba una elegante avenida, pero la calle no es más grande ni más ancha que Marquesa de Pinares, por ejemplo. Y encima, las tiendas te ponen en los escaparates lo más perrucio que tienen. Lanvin tenía un espantoso maniquí con un vestido negro lleno de los pelos que se le caían a la muñeca, con un tejido malísimo, digno de cualquier mercaíllo. Decepción. Ah, y también está allí la flamante residencia de Sarkozy, el palacio del Elíseo, pero es cutre tener un palacio en esa calle, no sé, no me gustó mucho. De todos modos, como no íbamos a mercarnos nada de alta costura, pasamos.

De ahí nos dirigimos a la Opéra Garnier, donde cenamos. ¿A qúe suena bien? Pues sí, cenamos en la Opéra. Pero no en la misma Opéra ni en el café de la Paix, nooo, somos turistas pobretes, oiga, cenamos en las escalinatas de la ópera unos suculentos y módicos bocatas que compramos en una bocatería frente a la ópera. Y con esto y un bizcocho, nos fuimos al hotel, que ya era hora. Para postre, una foto de la Opéra y una escena costumbrista de los empleados del Grand Hotel fumando en la calle. Fin del tercer día.








jueves, agosto 23, 2007

Voyage, voyage... Segundo día. Las grandes cosas.

(Sin desmerecer las otras que vimos en los días siguientes).

A partir de este día, empezamos a levantarnos a las siete de la mañana, de tal modo que a las ocho estuviéramos ya en ruta. Nos metíamos entre pecho y espalda un desayuno bien fuerte (por si no encontrábamos comida a buen precio a mediodía, cosa que, afortunadamente, no sucedió), y ¡hala! a patear por París.


Como iba diciendo, a las ocho salimos del hotel en pos del Louvre, al que llegamos poco antes de las nueve. Y primera sorpresa: la entrada al museo fue gratis pa mí y pa tós mis compañeros (que en este caso, se reducían a Grego). ¿Cómoooorl? Muy sencillo, queridos muchachos: soy la feliz propietaria de una ábrete sésamo que me permite acceder al Louvre sin pagar entrada, previa presentación de mi DNI y mi carnet de discapacitada. Obviamente, muchos, o casi todos, taquilleros no saben ni papa de español, pero yo me había aprendido las palabras mágicas: "Je suis handicapée" que me abrían las mágicas puertas del Louvre.




Una vez franqueada la entrada, vimos unos maravillosos patios llenos de estatuas, bañados por una luz tamizada que las fotos no pueden reproducir: Puuuuuffff... Si tuviera que poner todas las fotos del Louvre que hicimos, tengo que abrir un fotolog nuevo sólo para eso, así que pondré un Slide con una escogida selección, ¿no?










He de decir que me gustó muchísimo la pintura, como siempre, pero también vimos arte etrusco, griego, romano, egipcio (muy interesante) y lo que más me impactó, quizá porque nunca había visto nada al natural, fue Mesopotamia, que es grandioso. A mí me iban dando soponcios cada vez que entraba en una sala nueva. Parecía como si hubiera entrado en uno de mis viejos y queridos libros de arte y de historia y me iba reencontrando con las láminas que habían poblado de fantasías mis años de bachillera. (Para mí la historia y la historia del arte no eran más que un maravilloso cuento de hadas que duraba nueve meses: la felicidad suprema). Me acordaba un montón de mi hermana Guacamole, de los pateos de emoción con que nos hubiera obsequiado al ver los toros alados del palacio de Khorsabad y la Gioconda burlándose de todos los turistas que intentábamos sacar su mejor lado. Por supuesto, Grego iba flipando también y sacando fotos a troche y moche (a mí me falló la batería de la cámara, grrrrrr). A él le tiraba más lo egipcio, pero ya digo que Mesopotamia es para mí un imán, y aunque sé muy poco y confundo a los acadios con los sumerios y los amorritas, siempre me ha atraído misteriosamente.


Bien, comicheamos en el mismo Louvre algunos sandwiches y sobre las cinco de la tarde salimos de allí. No sabía yo que una vez sales del Louvre te encuentras con los jardines de las Tullerías, así que fue una agradable sorpresa. Allí pudimos disfrutar de los dos grandes deportes nacionales (y ninguno es la petanca): hacer navegar maquetas de barquitos de vela por el estanque mediante una especie de bastón y el segundo, que me hechizó: sentarse en una silla de hierro (las pueden encontrar ustedes en cantidad diseminadas por cualquier parque) al borde de una fuente o estanque a mirar el agua.


Siguiendo en línea recta, se encuentra la plaza de la Concordia y su impresionante obelisco que luce ahora, cual boli Bic, un capuchón, eso sí, de oro, nos dijeron los lugareños.

Más allá, y siempre todo recto están los Campos Elíseos. Estaban atestados de gente y son larguíiiiisimos, y un poco cuesta arriba. Allí nos metimos en la tienda Adidas y me merqué una camiseta llena de cintas para tirar arriba y abajo de las mangas y del costado, parezco una especie de estor con ella puesta y si tiro mucho, me quedan cintajos colgando por todos lados, pero ya me apañaré y le cogeré el truco. Hay que decir que la ropa en París no es demasiado cara, siempre que no te acerques a las grandes firmas de haute couture, claro está. Como mucho, los precios suben al nivel del Corte Inglés, o sea, que no es tanto como yo pensaba. Eso sí, no osen comprar joyas (de cualquier joyería) ni zapatos (de cualquier zapatería): arruinarán su maltrecha economía con una clavada que lo llevará a pasar el resto de sus vacances en París tocando la bandurria en el metro.

Al fin, jadeantes como perrillos, llegamos a la meta, el arco de Triunfo. Muy bonito, sí, y más grande de lo que yo pensaba. A pesar de lo que habíamos andado en el Louvre, y como Aida nos lo había recomendado, pagamos para subir arriba. Ahí fue cuando descubrimos que París es la ciudad de las escaleras (de caracol en su mayoría) no mecánicas. Eran como unos 300 ó 400 escalones, pero como podías ver lo que te quedaba mientras subías y eran las primeras escaleras que probamos (pobres inocentes...) subimos con alegría, sudores y resoplidos varios. Cuando llegamos a la terraza, lo primero que Grego vio fue, a lo lejos un enorme edificio blanco lleno de cúpulas. "¿Qué es eso tan bonito?", me dijo. "Es el Sacré Coeur, de Montmartre". "Lo tendrás apuntado para visitarlo, ¿no?", me dijo. "¡Hombre! Eso ni se pregunta. Nos toca pasado mañana". Lamento decir que no tengo fotos de la basílica desde el Arco de Triunfo, ni le harían justicia, pero fue como una visión. Bueno, recomiendo subir al Arco para ver París desde arribota, como primera toma de contacto y para situarse más o menos. NO paguen por mirar en los tomavistas, son muy caros, mejor llévense un catalejo de casa. Rodeando la terraza del Arco, vimos la Torre Eiffel, Notre Dame y la Défense. Aquello no nos gustó ni un pelo: Allí a lo lejos en la Défense, justo en línea recta, se estaba formando una negra tormenta. Tras haber recuperado brevemente el resuello, Grego dijo: "Mejor nos vamos". Justo cuando bajamos y descubrimos que en el Arco se commemoran también las batallas de Gebora (sic) y Badajoz, iba a empezar un homenaje a la llamita del soldado desconocido. Qué curioso, ver a los veteranos e inválidos de guerra, con los enormes mostachos, las boinas y las condecoraciones colgadas de sus chaquetas. Pero sus gozos en un pozo, justo en ese momento estalló la tormenta y nos cayó una tromba de agua descomunal. Todos, turistas y veteranos nos cobijamos malamente en el arco hasta que la lluvia tuvo a bien disminuir una mijina. A mí me tocó emparedarme entre Grego y un gendarme que me clavó en el costado la funda de la pistola. Como piojos entre costuras. En cuanto amainó corrimos a la boca de metro más cercana y nos fuimos hasta la Torre Eiffel.


Tormenta bajo el Arco


La Torre Eiffel da miedín, o por lo menos a mí me lo dio cuando me iba acercando, porque supera las dimensiones con las que la imaginamos pero con creces. Es ENOOOORME, y conforme me iba a cercando a ella, más grande se iba haciendo, hasta que me quedé justo en medio de sus cuatro patas y miré hacia arriba...¡Maaaaaama! ¿Y si le daba por desmoronarse justo en ese momento en que la ceniza de la niña Evlita se encontraba justo debajo? pero luego nos enteramos de que esa tormentilla no había sido nada para la torre, que está diseñada para soportar rachas de viento de hasta 400km/h y que con un vientecillo algo fuertecito sólo se inclina 10 centímetros.

El error de gayolos lo cometimos al ponernos en una cola y no saber que no en todas las patas de la torre se puede coger el ascensor (11,95 eurines), así que después del rato en la cola tuvimos que pagar 7,50 euros por hacer ejercicio y subir andando hasta el segundo nivel. Encima, los escalones estaban mojados y de vez en cuando pegaba algún patinazo. Por cierto, cumplí el encargo del Marqués Henri de Guiberteau y en cuanto alcancé a la ferralla, le di unas palmaditas amistosas de su parte. La verdad es que el ejercicio merece la pena, porque la vista es impresionante aunque las fotos, como de costumbre, no hacen justicia. Y si miraba hacia fuera, me gustaba lo que iba viendo, pero si miraba hacia dentro y veía unas hormiguitas multicolores guardando cola para subir...¡buuuufff! qué vértigoooooo... Al menos entre nivel y nivel uno puede pasearse y rodear la torre, hacer fotos, mirar por el tomavistas (¡no lo hagáis, llevaos un catalejo, repito!), comerse un bocadillín (lleváoslo de casa, mejor), beber, sentarse, respirar hondo, sudar mientras se mira hacia arriba y se ve lo que queda... pero bueno, merece la pena, a no ser que uno tenga el corazón algo flojillo o padezca de un vértigo galopante. He aquí unas cuantas fotos:



Por cierto, lo mejor es cuando anochece y se ilumina. Y a las diez, empiezan a titilar miles de bombillitas por toda la torre durante diez o quince minutos y hace muy bonito.


Cuando nos cansamos de la torre (es un decir), nos fuimos paseando por los puentes y muelles del Sena. No nos montamos en bâteau-mouche porque no nos dio la gana. Y así hasta el puente de Alejandro III, que es el que más me gustó y el más bonito. Ahí Grego había prometido besuquearme, pero como comprenderán, no hay testimonios gráficos del evento, porque estaba oscuro, jejejeje.
Lo malo fue que no encontramos una boca de metro ni de coña, ya saben, pardilleces del primer día, y acabamos en una estación del RER, el cercanías, donde un señor amablemente nos indicó (¡en francés, y yo lo entendía!) que teníamos que atravesar el puente de Alma, de triste recuerdo, (la gente se para, mira y hace fotos al túnel de Alma...) y al otro lado estaba la boca de metro. Total, que entre las andanzas y el despiste, llegamos al hotel a las once y media de la noche, reventaditos perdidos, medio invalides. Fin del segundo día.

martes, agosto 21, 2007

Voyage, voyage... Primer día

Lamento comunicar que del primer día de nuestro viaje no hay testimonios gráficos, ya que la mayor parte del tiempo resultó algo prosaico. Por ello, pondré fotos sacadas de internete.


A las once menos cuarto de la mañana cogimos la guagua en dirección a Madrid, con la consabida parada en Trujillo para hacer aguas mayores y/o menores (atención: aseos tercermundistas. Cuidado con las infecciones bacterianas, hongos y demás parentela que pululan por los inodoros), y para hacer uso del tiquet que te regala Auto Res para tomarte un cafelito en el bar de la estación.

Llegada a Madrid con puntualidad británica. En la boca del metro un niñato rumano intentó meter la zarpa en el bolso de una chica. Al no lograrlo, intentó hurgar en mi mochila, que por otro lado, yo llevaba bien agarrada. No contaba con que Grego le soltaría un par de rugidos, y huyó hacia las profundidades del metro.

Largo viaje en metro desde Conde de Casal hasta la T4. Llegando, mi hermano me manda un mensaje diciendo que está en la puerta H37 camino de Berlín. No me dio tiempo a llegar y darle un besito, otra vez será. Una vez allí, la ventanilla de Viva Tours estaba cerrada, menos mal que la gente es amable y nos mandó al mostrador de Iberia. Qué agradable sorpresa, en la T4 facturas enseguida y hay maquinitas de botones de las que a mí me gustan para sacar el billete y la pegatina de la maleta, así como para elegir asiento. Elegí uno de pasillo para Grego, que por su estatura, suele tener problemas de enlatado en este tipo de sitios.


La T4

Facturamos enseguida y Grego y yo nos dedicamos a internarnos en la procelosa selva de la T4 cual avezados exploradores (en cristiano: que nos pateamos la terminal de pe a pa). Nos zampamos un MacFlurry en el MacDonald´s (no vuelvo...¡buuuuffff, qué helao más pesao!), compré tabaco (en la France no iba a pagar un pastón por un paquete, of course) anduvimos por las largas, larguísimas cintas transportadoras de un lado a otro de la terminal y cuando nos estábamos aburriendo, vimos el aviso de embarque en uno de los carteles. Nos pilló a un buen trecho, así que tuvimos que correr para llegar a la puerta de embarque. Una vez allí, había una respetable cola de adolescentes franceses, monjas, argelinos, orientales...y nosotros, los últimos. El caso es que ninguna azafata se sentaba allí. Después de veinte minutos esperando, a Grego se le ocurre mirar el panel...¡horror! nos habían cambiado a otra puerta de embarque medio kilómetro más allá. Echamos a correr y esta vez nos pusimos los primeros. Cuando llegamos al avión resulta que habían cambiado de aparato, así que el maravilloso asiento de pasillo de Grego se convirtió en la temible lata de sardinas que puebla sus pesadillas. Una hora y media, señores, sentado de lado con las piernas en el pasillo, pobre mío.


En esto, que llegamos al chiquiaeropuerto de Orly (el de Túnez-Cartago es como dos o tres veces más grande), y esperamos como media hora a que saliera nuestra pija maleta de florecitas naranjitas (obviamente, la maleta la elegí yo, no Grego). Menos mal que el señor de Viva Tours seguía esperando. Nos montó en una fragoneta mu bonita y nos llevó hasta el hotel. Después de pasar las afueras, al salir de un túnel, lo primero que vi fue la torre Eiffel iluminada, parecía un faro en la noche, me emocioné tanto, que en vez de darle a Grego en el brazo para que mirara, casi lo pellizco. El trayecto fue muy bueno, como teníamos el hotel en la Ópera, en pleno centro, pudimos ver París la nuit, un montón de edificios famosos y la Torre. Enoooooooorme, yo la imaginaba como dos o tres veces más chiquita. Llegamos al hotel y cuando iba yo a desempolvar mi oxidado francés, el recepcionista, de un vistazo, nos catalogó rápidamente como españoles y nos habló con una corrección cervantina.

Éste era nuestro hotel, el Pulitzer Opéra, cuco, chiquito y limpito.

Dejamos las maletas y nos fuimos a ver París la nuit. A pesar del plano, nos despistamos un poco, pero al final llegamos a la Ópera Garnier. Qué bonita y qué grandiosa, aunque es mejor verla de día, con sus estatuas doradas. Cenamos en una terraza de un italiano (buenísima la pasta, sí señor) y nos fuimos a la camita, que había que madrugar al día siguiente, que nos esperaba el Louvre (y más, muchas más cosas de las que yo había planeado, incluido un chaparrón). Fin del primer día.

sábado, agosto 18, 2007

¡¡¡ YA ESTOY AQUÍ !!!

Buenaaaaaas... ya hemos llegado de París y ha sido maravilloso y agotador. En mi vida he tenido que subir a tantos sitios altos por taaaaantas escaleras de caracol. Pero ha merecido la pena.La verdad es que París bien vale una misa, como decía Enrique de Navarra (y una Visa, añado yo. ¡Qué caroooo!) En fin, no sé si contaros las aventuras de París aquí o abrir un blog nuevo para contar con pormenores el viaje. Material para ilustrarlo hay de sobra (hemos traído casi 1400 fotos). De momento, abrimos boca con estas fotillos:



Lamento decir que hice muchas fotos en sepia porque a mi cámara, cuando las hace en color, le da por sacarlas en todos los tonos de azul que existen, así que opté por poner la cámara en sepia cuando había mucha luz. El sepia para las fotos, es como cantar por Raphael en el karaoke, muy socorrido.


Y ésta, en colores, de Grego:



martes, julio 31, 2007

Soy una enrea

Aunque mi amigo Juan opine (y muchos como él) que Harry Potter es una castaña pilonga, a mí me encanta; por supuesto, más los libros que las películas, soy más de libros que de cine; además, creo que las películas, aunque están muy bien pueden hacer más daño que otra cosa, porque los nenes pueden dejar de leer los libros para ir a verlas y es una lástima. Y ayer me compré "Harry Potter and the Deathly Hallows"... en inglés. No pude resistirme. Lo hojeé y vi que no me resultaba tan complicado de leer, aunque hace ya cinco años que dejé la escuela de idiomas. Así que me lo embolsé por cuatro razones: a) el libro me decía "cómprame"; b) lo que vi al final, me intrigó y trastocó mis esquemas; c) así refresco el inglés y d) porque soy una enrea.
Me imagino que tardaré muchísimo en leerlo, pero me da igual. No puedo esperar a que salga la traducción al castellano, que también compraré cuando la publiquen. Esta noche empezaré a leerlo, a ver qué tal se me da Harry Potter en su lengua materna.

sábado, julio 21, 2007

Pequeñas cosas (I)

Tengo frío
y es de noche.
Quiero que me abracen
tus alas enormes.