Nunca me han gustado los hombres altos, me siento intimidada, pero él me entró por los ojos un buen día de reyes, del año del señor de 1997, por la tontería más grande: por decirme que si no me sentaba (estábamos en un bar) me iban a quitar el sitio. A partir de ahí ya no pude pensar en ningún otro hombre. Durante un año me guardé esto para mí sola. Al cabo del año, se lo confesé a una amiga, luego a otra, y al final a mi prima, que me dio los consejos pertinentes y acertados para efectuar una aproximación. La verdad es que tuve suerte de tener amigos en común con él, a los que previamente había informado, con la advertencia de que fueran sutiles o callaran para siempre. Ellos facilitaron un acercamiento entre los dos, que en un principio fue de lo más inocente (nuestras conversaciones trataban sobre pesca, política y religión), pero que, lentamente empezaron a dejar traslucir otras cosas. Seguíamos hablando de los mismos temas, pero las manos ya no permanecían pegadas a los costados o sosteniendo un vaso de tubo, no. Empezaron a juguetear, a darse palmaditas, a posarse en los hombros, a descansar una de las suyas sobre una de las mías, a quitar un mosquito imaginario enredado en el pelo. Qué bonito. Luego los dos besos de rigor empezaron a aproximarse peligrosamente hacia las comisuras de la boca (este jueguecito tan tonto pero tan efectivo lo empecé yo, y descubrí con placer que él lo seguía). El asunto iba a caer de un momento a otro por su mismo peso. Sólo teníamos que seguir así.
Unas semanas antes, a él se le fue la mano (o mejor dicho, la boca) en el juego de las comisuras, y si bien el primer beso fue a dar justo donde debía, en el segundo erró la puntería y me lo dio en la boca, lo que tuvo el efecto de no dejarme pegar ojo en toda la noche. Después de semana santa, una amiga se dio traza y maña para conseguir que yo fuera al mismo cumpleaños al que estaba él invitado, y allí me presenté, aterrorizada, con varios cubatas en mi haber (que no surtieron ningún efecto), pero pisando como la morena del relicario. No pasó nada, éramos los dos muy pardillos. Sólo al final de la madrugada, cuando estábamos desayunando, seis personas apretujadas en una mesa ínfima, empezó él a apretar su pierna contra la mía. Entonces se me despejaron las posibles dudas que aún podía haber albergado. A la semana siguiente, empezamos a salir…gracias a mí. Me pregunto qué hubiera pasado si no le hubiera preguntado a él si nos íbamos a otro sitio. Quizá hubiéramos tardado otra semana más, pero yo ya no estaba para paciencias. O en ese momento, o nunca. Él me siguió, me cogió de la mano, y en la calle me besó. Para no haberlo hecho nunca, lo hizo muy bien, la verdad. Yo no tenía una vasta experiencia en el arte del ósculo, sólo me había besado otro antes, pero todos los recuerdos se me evaporaron como un poco de nieve bajo el aliento de un dragón. A partir de ahí todo fue sobre ruedas.
Unas semanas antes, a él se le fue la mano (o mejor dicho, la boca) en el juego de las comisuras, y si bien el primer beso fue a dar justo donde debía, en el segundo erró la puntería y me lo dio en la boca, lo que tuvo el efecto de no dejarme pegar ojo en toda la noche. Después de semana santa, una amiga se dio traza y maña para conseguir que yo fuera al mismo cumpleaños al que estaba él invitado, y allí me presenté, aterrorizada, con varios cubatas en mi haber (que no surtieron ningún efecto), pero pisando como la morena del relicario. No pasó nada, éramos los dos muy pardillos. Sólo al final de la madrugada, cuando estábamos desayunando, seis personas apretujadas en una mesa ínfima, empezó él a apretar su pierna contra la mía. Entonces se me despejaron las posibles dudas que aún podía haber albergado. A la semana siguiente, empezamos a salir…gracias a mí. Me pregunto qué hubiera pasado si no le hubiera preguntado a él si nos íbamos a otro sitio. Quizá hubiéramos tardado otra semana más, pero yo ya no estaba para paciencias. O en ese momento, o nunca. Él me siguió, me cogió de la mano, y en la calle me besó. Para no haberlo hecho nunca, lo hizo muy bien, la verdad. Yo no tenía una vasta experiencia en el arte del ósculo, sólo me había besado otro antes, pero todos los recuerdos se me evaporaron como un poco de nieve bajo el aliento de un dragón. A partir de ahí todo fue sobre ruedas.
Y hasta la fecha. Esto no lo he escrito para la ocasión, ya lo había guardado en mi archivo secreto contra las pérdidas de memoria, pero no me importa sacar a la luz los fragmentos menos escabrosos, jajajaja.