domingo, diciembre 19, 2010

Nombres "modennos"

Hacía mucho tiempo que quería hablar de esto y hoy, que estoy de vagancia, decido ponerme manos a la obra. No hay cosa que más por saco me dé que oír los nombres espantosos que los papás y las mamás “modernos” ponen a sus hijos pensando que gracias a ellos serán más guapos, ricos y famosos, o yo qué sé qué les pasa por la cabeza cuando meditan nombres durante nueve meses. Por supuesto, mientras escribo, ando documentándome, aunque en mi escala personal, la palma se la lleva una pobre víctima de cinco añitos que responde al rebuzno de Náyade Ángela. Imagino a su madre pensando que con tal nombre, su hija conseguirá triunfar en la vida, triunfo que ella visualiza como heroína de novela rosa que en la portada sale desvanecida en brazos de un manojo de músculos de falda escocesa y rubias guedejas. Tal que así (como dicen en el sitio donde trabajo):

(Madre mía, el galán usa más miriñaque que nuestra heroína desvanecida)


Luego están los nombrecitos como Jennifer, Jessica (o sus variantes canis “Yeni” y “Yesi”), Kevin, Braian (sic), Izan (sic de nuevo, que atestiguo, porque en el instituto hay uno y tuve que preguntar el sexo del interfecto), Chenoa (¡gensanta!), Demelza (ya en desuso, las canis no vieron “Poldark”), etcétera, que me pongo a largar y no paro. Desde luego que poner estos nombres me parece una muestra de la intensa vida cultural de esos padres, que tragan amarillismo, grandes hermanos y ponzoñas varias y luego sus hijos resultan ser las víctimas de sus anhelos frustrados de ser románticos, famosoides y/o extranjeros. Dios quiera que esos niños no lleguen nunca a recibir un Nobel, porque se me caería la cara de vergüenza patria ver en los medios que Brayan Pérez o Yesika García recoge en Estocolmo blablabla.


Otra categoría es la de no salir de la Península, pero sí del castellano. Son los padres que ponen nombres vascos a los nenes sin ser ellos de allí. Siento un profundo respeto por la cultura vasca, ya lo he reflejado alguna vez por aquí, pero considero que resulta extraño ver un Eneko oriundo de Puebla de Sáncho Pérez o una Agurtzane de Peñacaballera. Y recuerdo que hace unos años, cuando todavía había que hacer la mili, le llegó a una chica llamada Nagore una notificación de Defensa abroncándola por no haberse incorporado a filas. Se ve que ese nombre no lo sintieron como femenino, ya que en castellano no hay nada que lo indique y coligieron que la tal Nagore era un varón de pelo en pecho o a punto de echarlo durante su servicio militar. Me gustan esos nombres, pero ya digo que se corre un cierto riesgo de confusión. Cuidadín.


Desde luego que no estoy defendiendo los nombres de toda la vida como Anastasio, Pancracia, Josefa o Eutiquio, ésos son muy feos, pese a que su traducción sea bonita. Que lo sé yo, que para eso he estado estudiando lenguas clásicas toda mi vida. Pero los asociamos a gente mayor y de pueblo si puede ser, y no gustan, claro que no. Mi nombre, sin ir más lejos, entra en esa categoría. Queda genial: “La tía Eulalia la sorda”. Yo soy ésa, me llamo así, soy deficiente auditiva y soy tía (de unos sobrinos guapísimos, por cierto).


Pero hay otros nombres en castellano muy bonitos, muy de toda la vida, y como este blog es mío y escribo lo que me da la gana, pues los defiendo aquí: Pilar, Isabel, Juan, Antonio, Rodrigo, Diego, Martín, Ana, Aurora, Miguel, María, Carlos… cada uno con su origen diferente, pero perfectamente castellanizados y muy elegantes, a mi parecer. También me gustan las advocaciones marianas, no todas, Coromoto o Sopetraño no me gustan nada, ni tampoco soy muy devota, pero hay muchas que me parecen bonitas: Mª del Valle, Guadalupe, Montaña, Mª del Mar…


En fin, puede que sea muy clásica, o muy arcaica, según las opiniones de mis posibles lectores, si es que después de este parón queda alguno. Y en realidad, me da igual, opinad lo que queráis, esto es lo que pienso yo. Y punto.