domingo, enero 10, 2010

miércoles, enero 06, 2010

Reyes

Éstas son unas fotos del despacho tras la agotadora tarea de envolver regalos (no valgo para pajecilla real)





Las etiquetas que he hecho (caligrafía, tinta china y rotuladores de brillitos).



Y éstas son las super etiquetas que ha hecho mi madre, con punto de cruz, cintitas, pinzas decorativas y un maravilloso papel satinado que no recuerda dónde compró (grrrr...yo lo quería...)











lunes, enero 04, 2010

¡Es que no he podido aguantarme!

...Y me he comprado esta preciosa libreta en OBNI. Sí, han abierto una tienda en Mérida, en José Ramón Mélida, más conocida como la Calle del Museo. Llevaba dos semanas soñando despierta con las preciosidades que tenían en internet, y hete aquí que en Mérida me doy de manos a boca con la tienda.



Trae un montón de pegatinitas y al final tiene un sobre para guardar recuerdos, entradas, billetes de metro...en fin, todas esas cosas que suelo guardar entre los libros. Estoy deseando irme de viaje para estrenarla.


viernes, enero 01, 2010

NO ERAN ESTRELLAS.


Me daba rabia ver cómo Paco dormía como un tronco mientras que yo no podía pegar ojo. Además de lo que tenía encima todos los días, nos había llegado una carta del banco diciendo que estábamos en números rojos, y para más jolgorio, Isa había cogido una de sus rabietas, había hecho la maleta y se había ido a casa del novio. No entendía cómo Paco podía dormir. Y roncar. Me ponía de los nervios. Me levanté y le rebusqué en la cazadora para cogerle un cigarro. Hacía diez años que había dejado el tabaco, pero esa noche me daba igual. Me salí al balcón, no me gustaba que las cortinas olieran a humo, y encendí el cigarro. Me supo a rayos, pero seguí fumando. Miré al cielo. Antes me gustaba salir a ver cómo estaba la luna, pero hacía años que perdí la costumbre. El cielo estaba extrañamente lleno de estrellas. Intenté buscar mi estrellita, una grande que me gustaba de pequeña y a la que le contaba mis secretos, pero hacía ya treinta años de aquello y no supe cuál era. Pero había otras dos, no demasiado grandes, juntas, que brillaban excepcionalmente. Aunque tuve en tiempos un atlas de las constelaciones, nunca fui capaz de identificarlas, así que no tenía ni idea de a cuál pertenecían. Y tampoco me importaba mucho.
Paco soltó un ronquido tan fuerte que lo oí desde el balcón. Di una calada rabiosa, solté el humo como una olla a presión y tiré el cigarro a la calle. Las dos estrellas me parecieron una burla, tan altas, brillantes, frías y hermosas. Una burla a mi vida, que se me había torcido de mala manera: una carrera que nunca ejercí, un marido que pasaba media vida viendo el fútbol y que no me echaba ninguna mano, una hija adolescente rebelde, una hipoteca que se me tambaleaba…
Ahogué un grito. Las estrellas se movían, se estaban moviendo hacia adelante, hacia mí. Por un loco instante pensé que iban a colisionar contra la Tierra, y sentí terror y alivio. Se movían…de repente me di cuenta de que estaban sobre la chimenea del adosado de enfrente, quietas. No eran estrellas. Eran dos esferas brillantes, de luz blanca y del tamaño de pelotas de tenis. Avanzaron velozmente y se detuvieron flotando justo frente a mis ojos. Brillaban mucho, pero no me deslumbraban, ni tampoco, a pesar de su luz, iluminaban la calle. Tuve la sensación de que brillaban sólo para mí y me sentí bien, en realidad, muy bien. Y cuanto mejor me sentía, más parecían brillar para mí. Sonreí tontamente, vacía y alegre…
Me cuesta todavía escribir en mi idioma desde el ordenador de la nave. Y tengo que memorizar todavía los signos del teclado con los míos propios, así que voy despacio. En realidad, aún no sé ni para qué lo hago. Esto no tiene conexión a la red, a la terrestre, me refiero, y no llegará nunca al correo de nadie. Y, para ser sinceros, me da igual. Todo.