La genética me ha bendecido con un pelo mediterráneo y un flequillo con vocación de astronauta. También me ha bendecido con la virtud de la pereza (recordad, hermanos, que nuestro santo Padre ha eliminado la pereza de la Alineación Capital). Por ello, voy a cortarme el pelo cada doce meses o más. Justo cuando de madrugada me despierto con ahogos y pesadillas de asesinos y descubro que tengo el pelo enroscado en el cuello.
Llamo a mi peluquera con mano temblorosa para pedir cita, y soporto sus gritos abroncándome por mi desidia. Lo más lindo que me dice es que está a punto de morir de hambre por mi culpa.
Lo sé, soy una mala clienta peluqueril. Pero es que las esperas me ponen enferma. Llego, me siento en el rincón de pensar, perdón, en la zona de esperar y abro un ¡Hala! de 1917. Visitamos la mansión de vacaciones de Nati Mistol en Alpedrete. Rumores de boda entre Raquitín y Carmen Romana. ¿Se les acabó el amor a Eufemia Porrínez de Brujo y José Corcovado? Un coñazo. Media hora de la cita y yo sigo leyendo las Memorias de Ernesto de Hannover que publica la revista Suturas. Cuarenta minutos de la cita y voy por el verso 13987 de La Araucana. Noventa minutos. El árbitro a punto de pitar fin del partido...yyyyyyyyy...¡mi turno! Hoy vamos a comer huevos fritos; la ternera Stroganoff que pensaba hacer como que no.
Lavado adormecedor de pelo. Mi peluquera tiene unas manos de hada para masajear cráneos. Cuando empiezo a doblar la pestaña, me despierto con chorro de agua helada que marca el fin de mis ensueños. Después de un enérgico frotado de toalla en el cerebelo, me acompaña al sillón. ¿Qué va a ser? Córtame las puntas, le digo. Oído cocina. Diez centímetros de pelo caen a mis pies. ¿Te repaso el flequillo, que lo tienes largo? Vale. Cierro los ojos porque me dan miedo las tijeras. Cuando los abro, veo en el espejo a la alegoría de la Kale Borroka. Y para colmo,no me he depilado las cejas. Bildu Bolsón, me llaman. Miro hacia abajo y veo material para pelucas de quince pasos de Semana Santa, pero mi peluquera debe de ser muy atea, porque lo barre y lo tira a la basura. ¿Te peino con las puntas hacia fuera? ¡No y mil veces no! Dejé que me lo hiciera la primera vez y salí con pinta de ir en autobús desde Valdepeñazos del Eresma al plató de Sálvame. Liso, por favor. Claro, me dice la arpía, el cabello liso es más tú, más de hoy, te queda divino de lo ideal que te sienta. Te quita diez años y te hace parecer como de cuarenta. Tócate los bemoles, pienso para mí. ¿Cuánto es? Treinta y cinco euracos. Joder, con el IVA peluqueril. No vuelvo más. Salgo empobrecida y con riesgo de que me fiche la poli por la calle.
Y la guinda de la fiesta es cuando llego a casa y tengo que soportar los choteos familiares acerca de mi flequillo norteño y mis cejas de Cromagnon. Porca miseria. Me voy a hacer sij.