Mr. G. y yo estuvimos en Lisboa hace dos años, y nos recorrimos todo lo recorrible en esa ciudad mágica. A pesar de todos sus encantos, siempre volvíamos, una y otra vez, al barrio de Alfama. Allí tuvo lugar esta pequeña anécdota que me convenció de ese eterno axioma de que en cualquier rincón de Portugal se come como en el cielo.
Después de mucho callejear, subir y bajar cuestas, Mr. G. y yo andábamos con un hambre canina. Yo me encapriché con comer en una terracita al aire libre (era noviembre, pero andábamos en manga corta), pero Mr. G. ya no quería seguir buscando un restaurante con terracita y me señaló, en lo alto de una cuesta, un sucucho que a mí me pareció terrible. "¿Ahí vamos a entrar?", le dije. "Ahí mismo", me contestó él, bastante menos pijo que yo. "No, no, ahí no, vamos a buscar un sitio más mono...", supliqué, pero fue como predicar en el desierto; haciendo uso de sus poderes paranormales, me arrastró al pequeño bar, o tasca, o taberna, o como quiera que se llame. Era muy pequeñito, y estaba, cómo no, alicatado hasta la bandera con azulejos, algo mugrientos. Los comensales eran albañiles, obreros, viejitos...y todos comíamos codo con codo y rodilla con rodilla, en mesitas adosadas a lo largo del recinto, que tampoco era mucho. Eso sí, el camarero, como buen portugués, era amabilísimo. Nos acomodó y nos trajo el menú. Ni Mr.G., que ha ido a la escuela de idiomas a portugués, ni servidora, con todos sus latines, fuimos capaces de descifrar lo que ponía en la carta, manuscrita y a bolígrafo con una letra infernal. Sólo, tras mucho releer, desciframos la palabra "frango". Como a ambos nos gusta el pollito decidimos pedirlo.
He olvidado decir que el sucuchito estaba ocupado en gran parte de su extensión por una enorme chimenea y bajo ella, un gran recinto para hacer carnes a la brasa, donde oficiaba, cual diablillo, el cocinero.
Bien, pues henos aquí con nuestro plato de frango a la brasa con patatas fritas (de las de verdad y como a mí me gustan: amarillas, gordas, blandas...mmmmmmmm, rezumando aceite de oliva...un auténtico placer que me está normalmente vedado). Delicioso. No he vuelto a probar un pollo igual. Es más, me comí los muslos, los contramuslos....todo (sólo me gusta la pechuga). Y no sólo eso. Pedimos también el postre de la casa, temiendo que nos trajeran una carta de postres escrita en algún arcano código, y la elección fue certera: una especie de crema catalana sin tostar, servida en un cuenco de tamaño más bien grande. Entre el frango, la crema, el excelente vino de marca desconocida y las canecas de cervecita, nos sentíamos en la gloria. Cómo me alegro ahora de que Mr. G. no me hubiese hecho caso y de haber descubierto un lugar tan lleno de tesoros en una callejita perdida de Alfama. Maravilloso.
Así que les recomiendo que si viajan a Portugal, no le hagan ascos a ningún tugurio de comidas, seguro que se llevan una sorpresa. O quizá no, si saben que como se come en el país vecino, en pocos lugares se come.
N.B. Disculpen mi portugués porque escribo de memoria, no a sabiendas, pero soy así de atrevida.
4 comentarios :
Qué hambre... Yo tengo muy asumido el consejo. Me encanta comer en Portugal.
Nunca he ido a Portugal, y mira que lo he tenido cerca (soy de un pueblo de Badajoz, aunque por cosas de la vida desde hace un año viva en Gerona)
Si algún día visito ese país, ¡probaré su comida!(aunque yo para las comidas soy un poquito especial!!)
Un saludo
Me ha encantado tu historia. Qué cierto lo que cuentas, se come estupendamente y la gente es tan amable...
Gracias por compartirlo.
Un abrazo.
Me ha gustado.
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